sábado, 12 de enero de 2013

Oración fúnebre a don Gustavo Bernal

«Cuántas personas he conocido», solía preguntarse en los últimos meses Gustavo. Los miles de nombres se convertían en una cifra, en una multiplicación de números. Hacer ese cálculo era un ejercicio que lo llenaba de asombro, y la confirmación de que sus 76 años habían sido entregados a la gente. Lo que no decía al tratar de recordar las historias que escribió en cada uno de nosotros es que no conoceremos a nadie como él. Nos trató como si no estuviéramos delante de un gran hombre, al que no le importaba ninguna jerarquía. Se asomaba a nuestra alma y buscaba las palabras comunes, las que nos acercaran a la poesía del entendimiento. Tendía un puente de comunicación directa con su sonrisa: una llovizna, pero si era necesario desbordaba con elocuencia su voz, torrencial como un río. Su temperamento no le permitía valorar otro trabajo que no fuera el de la gente que se reinventa: el conformismo fue para él un signo ominoso. La interrogante con la que nos sacudía era la vida: conversar con Gustavo era vivir, ahí encontrábamos las razones espirituales que nos hacían falta, la epifanía que brotaba boyante. Luchar con amor fue la opción que eligió, la respuesta a quienes lo veían con recelo, a quienes pretendían desvincular su arte de sus ideas políticas. Regresar a Tlalpujahua es lo que un cosmopolita como él hace: redescubrir en el lugar de origen la esencia de nuestras motivaciones. Fue también un acto de libertad: hace 35 años Gustavo tenía todo para disfrutar de la buena fama que se había forjado, pero pronto comprendió que se engañaría con un mundo de apariencias, carente de orden. Rendir pleitesía o exigirla está bien para quien se toma demasiado en serio el papel de creador. Gustavo prefirió no hacerlo. Apostó por el cambio. Se arriesgó. Lo había intentado como artista: en la plástica experimentó sin limitaciones y en la vida pidió que todos cultivaran esa misma libertad. Quizá la última atadura de la que quiso desprenderse fue su cuerpo. Se sabía inmortal: como artista su alma queda en cada una de sus creaciones y las palabras que materializó. Gustavo Bernal no ha muerto: su obra lo mantiene con nosotros y al mirarla y apreciarla él vuelve a existir. Nuestro agradecimiento también será eterno.

1 comentario:

Miguel Agustín Chapela dijo...

¡Qué bien lo retrataste! Efectivamente, la envoltura corpórea era una atadura.

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