Hay
lugares que evocan a personas admirables: Tlalpujahua, a los hermanos
Rayón, héroes de la revolución de Independencia, injustamente
relegados por la historia; Michoacán, a Lázaro Cárdenas, el último
gran presidente de nuestra desmemoriada nación; y desde hace casi
tres lustros, Dos Estrellas está unido estrechamente a la firma acá
Bernal: el museo de su
centenaria mina no se mantendría a flote sin Gustavo, quien, como
Fitzcarraldo, ha zarpado en medio de la montaña en un barco cuya
misión fue levantar una utopía: una ópera, una universidad o un
museo independiente. Sonaría fantasioso, si no fuera porque, con sus
trazos y las ideas del artista que es, la hizo real.
Podríamos
decir que esa travesía inició en 1998, cuando dirigió la comisión
de restauración y conservación de la antigua mina de Las Dos
Estrellas; pero en verdad comenzó con sus primeros recuerdos, cuando
la mina ya estaba en manos de los cooperativistas y su abuelo, Arturo
Bernal, era jefe del taller eléctrico: «tuve el privilegio de
sentir la belleza de este lugar», escribió en sus Notas
y apuntes publicados en marzo
de este 2012.
Gustavo
nació en pleno cardenismo, el 15 de septiembre de 1936 en
Tlalpujahua, Michoacán. Es el mayor de los ocho hijos que tuvieron
José Paz Bernal Huitrón y Esperanza Navarro Morales. De aquí su
familia emigró a Necaxa, Puebla, por cuestiones laborales de su
padre, quien también era electricista; luego al Distrito Federal,
donde, según sus propias palabras, siguió su deambular y destino:
entre 1947 y 1950 estudió la secundaria en el Colegio Cristóbal
Colón, gracias a la insistencia de su madre. Después, entre 1950 y
57, en el Seminario Conciliar de México, donde se formó como un
verdadero humanista. Sin embargo, se apartó de la carrera
eclesiástica cuando decidió seguir la saga de los Bernal:
electricista, y no clérigo.
En
1958 entró a la Academia de San Carlos y en 1961 montó su primera
exposición individual en el DF, en la Galería del Club de
Periodistas. Excepto por una estancia artística en Europa, entre
1964 y 66, en los sesenta su presencia fue permanente en galerías y
en exposiciones al aire libre, como en las que participó por varios
años en el Jardín del Arte, en la calle de Sullivan.
No
es difícil imaginar que su espíritu libertario terminara por
alejarlo del mundo del arte y que los acontecimientos de esa década
gestaran en él una renovada visión de lo que debería ser la
realidad mexicana. La mirada del artista, que ve desfilar modas y
modos de vida ajenos a los nuestros, plasmó las contradicciones de
un sistema que sigue entronizando la economía y no la dignidad
humana. Esas meditaciones desembocaron en una creación colectiva en
1973: el Arte Acá, movimiento del que formó parte junto con Daniel
Manrique, Julián Ceballos Casco y Armando
Ramírez, entre otros.
El
arte volvería a las calles en los setenta: el muralismo en Tepito
daría de qué hablar por décadas, pero Bernal no iba a atarse ni a
estancarse ahí. Su amor por la libertad fue más allá en 1976,
cuando, en un acto de creatividad de altos vuelos, concibió la
Escultura de Aire, en el pedestal vacío a Simón Bolívar, en Paseo
de la Reforma y Violeta: la escultura atmosférica tenía solamente
una inscripción: «La Escultura de Aire que Acá se Agita y Crece es
Tan Grande como la Libertad».
Regresó
a Tlalpujahua en 1978, con esposa y seis hijos, y con una exposición
en el Museo de los López Rayón (al año siguiente, ahí mismo,
presentó una como fotógrafo). Lo que encontró no se parecía a lo
que recordaba; su pueblo era un paisaje rulfiano. Reconstruyó la
casa familiar primero, haciéndola una obra de arte viva, y para los
tlalpujahuenses, arte público: en sus murales homenajeó a los
mineros, a los maestros, a los campesinos, al agua y al pueblo. «Son
acá obra de arte el Universo, hombres, cosas y demás creación del
Creador son. Y del mundo: casas, calles, campos, pueblos y ciudades
del humano creación son. Lo que hacemos cada quien, nuestras obras,
buenas, malas, bellas, sucias, grandes, chicas, lo que somos eso son.
Nuestro museo es Tlalpujahua, en las calles, en los muros, en
ventanas, patios, ropa, en el aire para siempre son. Tlalpujahua es
un museo como herencia del pasado para base del futuro. Nuestras
obras siempre son», rezaba un mural en la casa donde nació, en la
calle 5 de Mayo, mural que desde hace veinte años no existe más.
La
destrucción de sus obras no quebrantó su ánimo y, como el
inconforme que siempre ha sido, incursionó en la política y fue
presidente municipal de Tlalpujahua en el trienio 1981-1983. Su
gestión lo enfrentó con los caciques de esta tierra de conflictos y
el beneficio social no tuvo continuidad.
Bernal
volvió al arte, es decir, probó una nueva expresión: la cerámica.
En 1987 se jubiló como trabajador de Luz y Fuerza, pero nunca pensó
en el retiro: ese mismo año se sumó a la Corriente Democrática
encabezada por el exgobernador Cuauhtémoc Cárdenas y el exembajador
Porfirio Muñoz Ledo, quienes también nacieron en la década de los
treinta. Gustavo forma parte de esa generación que vivió los dos
acontecimientos más importantes de nuestra incipiente democracia:
1968 y 1988.
Los
vientos de cambio, como en tantos estados y municipios del país, no
llegaron a Tlalpujahua: en 1989 fue candidato a presidente por el
PRD, del que es fundador. Un fraude electoral le arrebató la
victoria; en protesta, la presidencia fue tomada el 9 de diciembre de
ese año. Casi cuatro meses estuvo ocupada por «patriotas
perredistas, defensores de la Democracia y los derechos del pueblo»,
lapso durante el cual realizó un mural, El
eclipse de un sistema,
destruido el 6 de abril de 1990. Sobre tal barbarie, José Chávez
Morado escribió: «indigna ver la bestialidad de quienes, obtusos
cultural y políticamente, arrojaron cubetadas de pintura blanca a la
obra mural». Dos meses después, en junio, durante las jornadas
contra la represión, en la sede nacional del PRD, entonces en
Monterrey 50, volvió a pintar junto con Daniel Manrique un mural,
ahora olvidado, como muchos ideales de los que la izquierda se ha ido
despojando en aras de su burocratización.
Además
de Tepito, hay murales de Bernal en Jilotepec, Maravatío y
Tlacotepec, y en San José y Santa Bárbara, California. De 1992 es
La riqueza es nuestra,
en la bocamina de Las Dos Estrellas, y de 2007 De
mineros y minería, inaugurado
el 15 de marzo de ese año en el espacio escénico, en un aniversario
conmemorativo de la Cooperativa Minera. Su última retrospectiva fue
en 2003, en la galería de la Capilla Británica, y es entendible:
desde 1999 el Museo de la Mina es una escultura, como aquella del
aire, dedicada a la belleza de la naturaleza.
El
trabajo de Gustavo Bernal al frente de este esfuerzo por sembrar
cultura donde antes hubo expoliación ha sido reconocido públicamente
por miles de visitantes. Ahora queremos agradecerle que haya
iluminado, con el pincel de su inteligencia y su sensibilidad,
nuestra comprensión del mundo. Por tu poderosa aportación al arte y
por entregar tu vida a enriquecer la de los demás, Gustavo, gracias
infinitas.
2 comentarios:
Digno de reconocer la aportación de Gustavo Bernal a la cultura en Tlalpujahua, una muestra es la mina, testimonio de la bonanza que vivió ese pueblo, legado para las nuevas generaciones.
el es mi abuelo
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