sábado, 8 de diciembre de 2012

La vida se rebela como arte: homenaje a Gustavo Bernal Navarro

Hay lugares que evocan a personas admirables: Tlalpujahua, a los hermanos Rayón, héroes de la revolución de Independencia, injustamente relegados por la historia; Michoacán, a Lázaro Cárdenas, el último gran presidente de nuestra desmemoriada nación; y desde hace casi tres lustros, Dos Estrellas está unido estrechamente a la firma acá Bernal: el museo de su centenaria mina no se mantendría a flote sin Gustavo, quien, como Fitzcarraldo, ha zarpado en medio de la montaña en un barco cuya misión fue levantar una utopía: una ópera, una universidad o un museo independiente. Sonaría fantasioso, si no fuera porque, con sus trazos y las ideas del artista que es, la hizo real.
Podríamos decir que esa travesía inició en 1998, cuando dirigió la comisión de restauración y conservación de la antigua mina de Las Dos Estrellas; pero en verdad comenzó con sus primeros recuerdos, cuando la mina ya estaba en manos de los cooperativistas y su abuelo, Arturo Bernal, era jefe del taller eléctrico: «tuve el privilegio de sentir la belleza de este lugar», escribió en sus Notas y apuntes publicados en marzo de este 2012.
Gustavo nació en pleno cardenismo, el 15 de septiembre de 1936 en Tlalpujahua, Michoacán. Es el mayor de los ocho hijos que tuvieron José Paz Bernal Huitrón y Esperanza Navarro Morales. De aquí su familia emigró a Necaxa, Puebla, por cuestiones laborales de su padre, quien también era electricista; luego al Distrito Federal, donde, según sus propias palabras, siguió su deambular y destino: entre 1947 y 1950 estudió la secundaria en el Colegio Cristóbal Colón, gracias a la insistencia de su madre. Después, entre 1950 y 57, en el Seminario Conciliar de México, donde se formó como un verdadero humanista. Sin embargo, se apartó de la carrera eclesiástica cuando decidió seguir la saga de los Bernal: electricista, y no clérigo.
En 1958 entró a la Academia de San Carlos y en 1961 montó su primera exposición individual en el DF, en la Galería del Club de Periodistas. Excepto por una estancia artística en Europa, entre 1964 y 66, en los sesenta su presencia fue permanente en galerías y en exposiciones al aire libre, como en las que participó por varios años en el Jardín del Arte, en la calle de Sullivan.
No es difícil imaginar que su espíritu libertario terminara por alejarlo del mundo del arte y que los acontecimientos de esa década gestaran en él una renovada visión de lo que debería ser la realidad mexicana. La mirada del artista, que ve desfilar modas y modos de vida ajenos a los nuestros, plasmó las contradicciones de un sistema que sigue entronizando la economía y no la dignidad humana. Esas meditaciones desembocaron en una creación colectiva en 1973: el Arte Acá, movimiento del que formó parte junto con Daniel Manrique, Julián Ceballos Casco y Armando Ramírez, entre otros.
El arte volvería a las calles en los setenta: el muralismo en Tepito daría de qué hablar por décadas, pero Bernal no iba a atarse ni a estancarse ahí. Su amor por la libertad fue más allá en 1976, cuando, en un acto de creatividad de altos vuelos, concibió la Escultura de Aire, en el pedestal vacío a Simón Bolívar, en Paseo de la Reforma y Violeta: la escultura atmosférica tenía solamente una inscripción: «La Escultura de Aire que Acá se Agita y Crece es Tan Grande como la Libertad».
Regresó a Tlalpujahua en 1978, con esposa y seis hijos, y con una exposición en el Museo de los López Rayón (al año siguiente, ahí mismo, presentó una como fotógrafo). Lo que encontró no se parecía a lo que recordaba; su pueblo era un paisaje rulfiano. Reconstruyó la casa familiar primero, haciéndola una obra de arte viva, y para los tlalpujahuenses, arte público: en sus murales homenajeó a los mineros, a los maestros, a los campesinos, al agua y al pueblo. «Son acá obra de arte el Universo, hombres, cosas y demás creación del Creador son. Y del mundo: casas, calles, campos, pueblos y ciudades del humano creación son. Lo que hacemos cada quien, nuestras obras, buenas, malas, bellas, sucias, grandes, chicas, lo que somos eso son. Nuestro museo es Tlalpujahua, en las calles, en los muros, en ventanas, patios, ropa, en el aire para siempre son. Tlalpujahua es un museo como herencia del pasado para base del futuro. Nuestras obras siempre son», rezaba un mural en la casa donde nació, en la calle 5 de Mayo, mural que desde hace veinte años no existe más.
La destrucción de sus obras no quebrantó su ánimo y, como el inconforme que siempre ha sido, incursionó en la política y fue presidente municipal de Tlalpujahua en el trienio 1981-1983. Su gestión lo enfrentó con los caciques de esta tierra de conflictos y el beneficio social no tuvo continuidad.
Bernal volvió al arte, es decir, probó una nueva expresión: la cerámica. En 1987 se jubiló como trabajador de Luz y Fuerza, pero nunca pensó en el retiro: ese mismo año se sumó a la Corriente Democrática encabezada por el exgobernador Cuauhtémoc Cárdenas y el exembajador Porfirio Muñoz Ledo, quienes también nacieron en la década de los treinta. Gustavo forma parte de esa generación que vivió los dos acontecimientos más importantes de nuestra incipiente democracia: 1968 y 1988.
Los vientos de cambio, como en tantos estados y municipios del país, no llegaron a Tlalpujahua: en 1989 fue candidato a presidente por el PRD, del que es fundador. Un fraude electoral le arrebató la victoria; en protesta, la presidencia fue tomada el 9 de diciembre de ese año. Casi cuatro meses estuvo ocupada por «patriotas perredistas, defensores de la Democracia y los derechos del pueblo», lapso durante el cual realizó un mural, El eclipse de un sistema, destruido el 6 de abril de 1990. Sobre tal barbarie, José Chávez Morado escribió: «indigna ver la bestialidad de quienes, obtusos cultural y políticamente, arrojaron cubetadas de pintura blanca a la obra mural». Dos meses después, en junio, durante las jornadas contra la represión, en la sede nacional del PRD, entonces en Monterrey 50, volvió a pintar junto con Daniel Manrique un mural, ahora olvidado, como muchos ideales de los que la izquierda se ha ido despojando en aras de su burocratización.
Además de Tepito, hay murales de Bernal en Jilotepec, Maravatío y Tlacotepec, y en San José y Santa Bárbara, California. De 1992 es La riqueza es nuestra, en la bocamina de Las Dos Estrellas, y de 2007 De mineros y minería, inaugurado el 15 de marzo de ese año en el espacio escénico, en un aniversario conmemorativo de la Cooperativa Minera. Su última retrospectiva fue en 2003, en la galería de la Capilla Británica, y es entendible: desde 1999 el Museo de la Mina es una escultura, como aquella del aire, dedicada a la belleza de la naturaleza.
El trabajo de Gustavo Bernal al frente de este esfuerzo por sembrar cultura donde antes hubo expoliación ha sido reconocido públicamente por miles de visitantes. Ahora queremos agradecerle que haya iluminado, con el pincel de su inteligencia y su sensibilidad, nuestra comprensión del mundo. Por tu poderosa aportación al arte y por entregar tu vida a enriquecer la de los demás, Gustavo, gracias infinitas.

2 comentarios:

Librada González Romo dijo...

Digno de reconocer la aportación de Gustavo Bernal a la cultura en Tlalpujahua, una muestra es la mina, testimonio de la bonanza que vivió ese pueblo, legado para las nuevas generaciones.

Unknown dijo...

el es mi abuelo

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