lunes, 18 de marzo de 2013

Subrayados a El hombre sin atributos, de Robert Musil

Emprenderá acciones que significarán para él algo distinto que para los demás, pero pronto se dará por satisfecho, en cuanto consiga reducirlo todo a una idea rara.

En toda profesión que se ejerce, no por lucro, sino por ideal, llega un momento en que el correr de los años le parece a uno no conducir a nada.

Su padre lo habrí­a expresado así, poco más o menos: si se le dejara a uno hacer lo que quiera, terminará perdiendo la cabeza. O también así: quien tiene en su mano colmar sus deseos, llega pronto a no saber qué desear.

La mayor parte de los hombres se ha mostrado partidaria de la revolución en su juventud (...) pero, llegados a la edad de traducir en obra sus ideas, no han sabido ni han querido saber más de ellas.

Podí­a decir solamente que se sentí­a más lejos que en su juventud de aquello que había querido, si es que en realidad lo supo alguna vez. Veía con asombrosa nitidez toda la capacidad, atributos y aptitudes -menos de ganar dinero, porque nunca la necesitó-, que tiempo atrás habí­a apreciado en sí­ mismo, pero habí­a perdido la posibilidad de aplicarlas.

Quién sabe si acaso no está al tanto de todo y no dice nada.

La presunción de la juventud, para la cual los grandes espíritus son ejemplos en cuanto les sirven a su capricho, le pareció en aquel momento maravillosa.

Todas las relaciones habí­an cambiado un poco: ideas, que antes parecían de escasa validez, adquirían consistencia, personas sin mayor relieve se hacían famosas (...) las lí­neas fronterizas, enérgicamente trazadas, eran borradas en todas partes (...) se había mezclado demasiado lo bueno con lo malo, el error con la verdad.

En ocasiones tení­a la impresión de haber nacido con atributos, carentes, hoy día, de validez.

El piano permanecí­a abierto a sus espaldas, como una cama deshecha, y en ella, un soñador resistiéndose a despertar por no ver la realidad ante sus ojos.

A veces volví­a a casa eufórico, con multitud de proyectos y resoluciones en la cabeza, pero bastaba poner un papel sobre la mesa para que sintiera una transformación deprimente.

Los fenómenos que experimentaba no solamente le impedían trabajar, sino que le aterraban; eran en apariencia tan independientes de su voluntad que muchas veces le causaban la impresión de una incipiente decadencia mental.

Su vida, que no habí­a servido para nada, encontró por fin su monumental razón de ser, una justificación, en términos seculares, verdaderamente dignificada; adquirió incluso el carácter sublime de un gran sacrificio; esto tení­a lugar siempre que tomaba en la mano el lapicero o la pluma, para volver a dejarlos.

Lo más fundamental se realiza en abstracto y lo intrascendente en la realidad.

Se abandonó satisfecho al placer de sus visiones cuya inseguridad le animaba más que los hechos ciertos.

A veces, creí­a ser el ideal que casi todas las mujeres se forjan acerca del hombre interesante en plena juventud; no siempre tuvo el valor de desengañarse a tiempo.

Pensaba quizá que los nobles atributos, de que aparentaba estar dotado aquel hombre, tenían que haber sido adulterados por una mala vida, pero que todavía se podían salvar.

No pensaba en nada concreto. ¿Cómo lo iba a hacer? Nadie que hable de lo más grande e importante del mundo cree que exista realmente. ¿Con qué especial atributo del mundo se puede comparar?

Ella, leyendo en sus pensamientos, descubrió que se le había extraviado algo de cuya posesión no había sabido gran cosa: el alma.

La precisión, fuerza y seguridad de su desarrollo discursivo, al que nada iguala en la vida, casi le llenaba de melancolía.

Nunca llegaba a lo que aspiraba porque todo lo sentía muy intensamente. Se hubiera dicho que llevaba dentro de sí un amplificador muy melódico de la felicidad y de la desgracia.

Le obsesionaba como una poesía abstracta en la que todo se desconcierta y se disloca un poco y que revela un sentido fraccionado en la profundidad del ánimo.

Lo que crea en la vida tanta desconfianza son sus clasificaciones y formas, su semejanza.

Este paso de lo viejo a lo bello del mundo es aproximadamente igual al paso de la mentalidad de los jóvenes a la moral superior de los adultos, que por mucho tiempo es objeto ridículo de enseñanza, hasta que se llega a poseer.

Puede ser que para la mayor parte de los hombres signifique comodidad y ventaja considerar al mundo algo acabado y bello.

No sabía absolutamente nada. Un día -podía haber dicho hasta la fecha exacta- al despertar del sueño de la infancia, sintió la convicción consumada de estar llamado a hacer algo, a desempeñar un papel importante en la vida, quizás a cumplir una gran misión. Entonces no sabía nada del mundo. Tampoco creía lo que le contaban sus padres y su hermano mayor; eran palabras sonoras, buenas y bonitas, pero no las podía digerir; resultaba inútil todo esfuerzo.

Con el tiempo se ha desarrollado en él una determinada tendencia a la negación, una dúctil dialéctica del sentimiento que la induce a descubrir defectos en cosas aceptadas para todos como buenas, a defender cosas prohibidas y a rechazar deberes con la indignación que nace de la vitalidad de crearse las propias obligaciones.

Un hombre obligado a vivir en contraposición consigo mismo, aunque aparentemente se desenvuelve libre de coacción.

Uno puede leer a los poetas, estudiar a los filósofos, comprar cuadros y conversar por la noche: ¿es espíritu aquello que se conquista?

No había podido hacerse poeta, ni ser uno de los desengañados que sólo creen en el dinero y en la violencia, aunque tenga cualidades para todo. Olvidó su edad, se imaginó tener veinte años; a pesar de todo, estaba íntimamente convencido de que no llegaría a ser nada de aquello; todo le atraía algo, pero una fuerza mayor le impedía alcanzarlo. ¿Por qué vivía oscuro e indeciso?

Sintió palpitar su corazón en el cuerpo congelado y petrificado de la ciudad. Había dentro de él algo que no quería parar en ningún sitio, había andado a tientas a lo largo de los muros del mundo pensando que todavía habría millones de otros muros, aquella ridícula gota del yo que se iba enfriando poco a poco y no quería entregar su fuego, el minúsculo núcleo ardiente.

Ojalá os lleve a todos el demonio.

Mi casa es la de una persona que me es extraña.

Hay miles de profesiones para las que los hombres quedan muchas veces adsorbidos; allí concentran su inteligencia. Pero si se les exige de ellos lo estrictamente humano, común a todos, no puede quedar más que una de estas tres cosas: la necedad, el dinero o a lo más, alguna reminiscencia de religión.

El espejo, creado en principio para el placer, se ha vuelto un instrumento de temor, como el reloj, que es un motivo para que nuestras actividades no se desplieguen según su ritmo natural.

El hombre es un ser que resiste tan mal las sospechas como el papel de seda la lluvia.

El deseo de todos era una taza de café caliente y su sentimiento: el humano extravío.

El saber es una actitud, una pasión. En el fondo, una actitud ilícita, pues, como el alcoholismo, la lujuria y la violencia, así también el afán de saber forma caracteres desequilibrados.

Los filósofos son opresores sin ejército; por eso someten al mundo de tal manera que lo cierran en su sistema.

Un ensayo es la forma definitiva e inmutable que la vida interior de una persona da a un pensamiento categórico.

No podía dejar de ver que había vivido largos años en inalterada exactitud contradiciéndose a sí mismo.

Esperaba detrás de su persona, en cuanto esta palabra designa aquella parte del hombre que es modelada por el mundo y por el historial de la vida; y su tranquila desesperación, encausada por detrás, se elevaba cada día más. Se encontraba en el estado más lastimoso de su vida y se despreciaba a sí mismo por sus omisiones.

Los pensamientos, una vez usados, se acomodan como los clientes en la sala de espera de un abogado que no los satisface.

No se atrevía casi a mirar a los ojos de sus niños por miedo a dañar su alma candorosa con una mirada impura.

Para nada soy más incapaz que para mí mismo.

¿No es pesimismo lo que asalta siempre a las personas de acción cuando se ponen en contacto con las personas de la teoría? [p. 366]

[volumen primero, en la traducción de José M. Sáenz]

1 comentario:

Criss Akbal dijo...

Me gusta mas el cuento de Giovanni Papini "La plegaria del Buzo". De sus narraciones "Lo Trágico Cotidiano". Ya me diras qué te pareció.

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