miércoles, 5 de septiembre de 2018

Del asco

Qué vergüenza el voto de Delfina Gómez Álvarez a favor de la solicitud de Manuel Velasco para volver a la gubernatura de Chiapas como gobernador sustituto de sí mismo: con esa lamentable decisión, definitivamente no es la digna senadora que esperábamos; de hecho, nos "representará" por muy poco tiempo: pedirá licencia en su momento para complacer el mandato del líder y no el de quienes votamos por ella en dos elecciones. En la campaña de hace un año -en la campaña negra de hace un año- era insistente el señalamiento que de ella hacían sus contendientes como un mero títere y quienes llamamos a votar por la candidata de Morena al gobierno del estado de México rechazamos una y otra vez ese calificativo. Pero ahora parece que es cierto: que no hay ninguna diferencia entre ella y sus antecesoras, las senadoras priistas Ana Lilia Herrera y María Elena Barrera (quien, cosa bien curiosa, engrosó la bancada del Partido Verde, por pura simulación, para conformar el grupo parlamentario), de las que como mexiquenses nos avergonzábamos en cada sesión: peñistas de hueso colorado, ningún argumento las hacía cambiar de opinión: levantaban la mano siempre en apoyo al mandatario, como ayer lo hizo la profesora, en una segunda y cuestionable votación. La senadora por tres meses debería explicarnos por qué votó primero en contra y luego, alineándose al designio del líder, cambió de parecer y de voto y de dignidad: otras compañeras suyas, las menos, votaron en contra o se abstuvieron. La de ayer fue, por desgracia, nuestra segunda decepción: la primera, desde luego, que se postulara al Senado y que, ya siendo electa, botara el cargo a cambio del nombramiento del presidente electo como delegada estatal del gobierno federal. Como he escrito antes, el Senado de la República debería desaparecer: no necesitamos más legisladores (menos aún: senadores que lo son por apenas unos meses): con los diputados federales y locales es más que suficiente. La sesión de ayer es, pues, un mal comienzo: la integridad de los morenistas, aquella que tanto presumían en campaña, es, como hemos constatado, muy endeble cuando se trata de concesiones a los aliados.

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