Los historiadores
de la revolución de Independencia y los biógrafos de Ignacio Rayón comúnmente
mencionan un conocido cerro de Tlalpujahua como el centro de operaciones del
presidente de la Suprema Junta Nacional Americana desde julio de 1812: el Campo
del Gallo, fortificado por su hermano Ramón, que por su ubicación y armamento
le permitieron a Ignacio recorrer las haciendas y pueblos próximos y despachar
desde ahí el gobierno y las operaciones militares de la insurgencia. Como
autoridad expidió leyes, proclamas y reglamentos, y fue el primero en celebrar,
con la solemnidad requerida, el grito de libertad de Hidalgo y Allende, el 16
de septiembre de 1812 en Huichapan. No pasó, sin embargo, mucho tiempo antes de
que el abogado y general de división Ignacio Rayón sufriera el asedio de las
fuerzas realistas. Resistió sus embates hasta que tuvo que abandonar su cuartel
general junto con sus hermanos, en mayo de 1813.
Temprana fue la incorporación de Ignacio Antonio López Rayón y
López Aguado a la causa fernandista: una vez que se entrevistó con Miguel
Hidalgo en Maravatío, publicó un bando el 23 de octubre de 1810 en Tlalpujahua,
en el que convocaba a todos los americanos a formar parte de la revolución. El
patriotismo de Rayón es desbordante: secretario de Estado y del despacho, antes
de ser nombrado por los primeros caudillos como jefe del ejército el 16 de
marzo de 1811, en Saltillo; intendente de Zacatecas entre el 15 y el 30 de
abril; electo presidente de la Junta de Zitácuaro, el 19 de agosto; autor de
los Elementos constitucionales,
fechados el 30 de abril de 1812 en la Hacienda de la Huerta, en Zinacantepec;
diputado constituyente del Congreso de Chilpancingo, en 1813; defensor del Fuerte
de Cóporo, en Jungapeo, entre 1814 y 1816, sitiado por el coronel Agustín de
Iturbide y el brigadier Ciriaco del Llano; sin olvidar que participó en la edición
del Despertador Americano, el Ilustrador Nacional, el Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano, además
de rubricar la Constitución Federal de 1824 como diputado por Michoacán. En una
palabra, un héroe. Y si bien ninguna de sus batallas se conmemora, los
tlalpujahuenses festejan, cada año, la heroicidad del 13 de noviembre de 1812,
a la que las páginas de la historia le dedican algunos renglones. El pueblo, en
cambio, le confiere magnificencia: el 6 de noviembre, Ignacio Rayón tuvo
noticia de que su hermano Ramón, con un centenar de insurgentes, venció a 150
soldados del virrey entre Jerécuaro y la hacienda de Sotomayé. Al día siguiente
fueron recibidos con alegría y regocijo, y el 13 un banquete fue ofrecido en el
Campo del Gallo por su victoria. Fue un acto jubiloso y extraordinario: Rayón
agradeció así a sus paisanos su entrega a los ideales revolucionarios.
Celebrar la unión y no el martirio: una visión distinta de heroísmo.
II
La noche del
17 de diciembre de 1857, el general Félix Zuloaga hizo público el Plan de
Tacubaya, empeñado en derogar la Constitución Política promulgada el 5 de
febrero de ese año. A tal acción se adhirió Ignacio Comonfort, que apenas el 1
de diciembre había jurado «desempeñar
leal y patrióticamente el encargo de presidente de los Estados Unidos
Mexicanos, conforme a la Constitución, y mirando en todo por el bien y
prosperidad de la Unión», luego de ser presidente
sustituto desde 1855. Un autogolpe de Estado. Pero menos de un mes después, el
11 de enero de 1858, Zuloaga desconoció el mando supremo de Comonfort, quien decidió
entonces excarcelar a Benito Juárez, presidente de la Suprema Corte de Justicia
desde el 20 de noviembre, apresado junto con otros liberales por no secundar el
plan de Zuloaga.
Comonfort abandonó el país el 21 de enero de 1858. Ante la falta
absoluta del Ejecutivo, Juárez asumió el cargo, de acuerdo con el artículo 79
de la Constitución del 57; también Zuloaga, ambos ostentándose como presidente
interino. En el estado de México ocurrió lo mismo: para el gobierno juarista,
Felipe Berriozábal era el gobernador y comandante militar; para los
conservadores, Benito Haro. Fue una guerra civil de tres años que vio su fin en
la batalla de San Miguel Calpulalpan, cerca de aquí, en el municipio de
Jilotepec, librada el 22 de diciembre de 1860, entre los generales Jesús
González Ortega y Miguel Miramón. Esa decisiva victoria, no exenta de heroísmo,
permitió el restablecimiento de la república en enero de 1861, pero un año más
tarde, ante la suspensión de pagos de la deuda externa, sobrevino la segunda intervención
del ejército francés, por lo que el presidente Juárez ordenó la creación, en el
estado de México, de los distritos militares de Toluca, Actopan y Cuernavaca,
el 7 de junio de 1862.
La derrota del 5 de mayo no impidió que las fuerzas napoleónicas
se replegaran a Veracruz, reorganizaran e incrementaran, y que en marzo del año
siguiente sitiaran Puebla por dos meses. Rendido el Ejército de Oriente el 17
de mayo, los imperialistas avanzaron hacia la capital, la tomaron el 10 de
junio, y luego se dirigieron a la ciudad de Toluca. Enterado de ello, Manuel
Zomera y Piña, gobernador del estado de México y comandante militar del primero
de sus distritos desde febrero de 1863, dejó Toluca, emulando a Juárez, que
abandonó la Ciudad de México el 31 de mayo de ese año, emprendiendo así un
gobierno itinerante. Al mismo tiempo, el cabildo republicano de Toluca decidió
disolver el ayuntamiento el 2 de julio. El 4 o 5 (las fuentes consultadas
mencionan uno y otro día), las tropas conservadoras, al mando del general
Berthier, ocuparon Toluca.
Para el segundo Imperio, la entidad dejó de existir ese mismo mes
al convertirla en departamento. Para el gobierno federal, por el contrario, su
defensa seguía en pie y días después, el 20 de julio de 1863, Zomera declaró al
Mineral del Oro como su capital. Ya un día antes había fechado ahí una proclama,
y su gobierno despachó desde ese poblado, a tan sólo ocho kilómetros de
Tlalpujahua, hasta que partió a la heroica Zitácuaro, rebautizada como
Independencia, desde donde expidió decretos sobre adeudos y pago de
contribuciones, el 6 y 14 agosto.
Para completar la historia, añadiremos que Maximiliano y Carlota visitaron
Toluca entre el 25 y 29 de octubre de 1864, y que fue hasta febrero de 1867
cuando los liberales recuperaron la ciudad.
Como es bien sabido, entre municipios vecinos suele haber cierta
rivalidad. Aunque esa aspereza nunca llegue a ser tan grave, quisiera
mencionarla para aludir a un chihuarí, cierto de que entre ellos y los aurenses hay, a
veces, aversión. Debo, sin embargo, referirme con gratitud al bibliófilo Mario
Colín Sánchez (1922-1983), pues debido a él podemos probar que la ciudad de El
Oro fue heroica al poner a salvo a quien portaba la investidura constitucional.
El edicto, reproducido en el tomo tercero de la Guía de documentos impresos del estado de México, publicada por
Mario Colín en 1977, es el siguiente:
El C. Manuel Zomera
y Piña, coronel de caballería
del Ejército defensor de la Indepen-
dencia, Gobernador y
comandante militar del primer distrito del Estado
de México, a todos sus
habitantes, sabed:
Que en atención a estar
ocupada la capital del Distrito por fuerzas in-
vasoras, y en uso de las
amplias facultades de que me hallo investido, he
tenido a bien declarar lo
siguiente.
Artículo único. Se
declara capital del Distrito el punto en que se en-
cuentre este Gobierno.
Dado en el Mineral del
Oro, a 20 de Julio de 1863.
Manuel Zomera y Piña
Francisco de Asís Osorio,
Secretario
En 1861, Zomera firmaba como prefecto del distrito de Toluca y
como uno de los veinte diputados del Congreso Constituyente del Estado de
México; en 1862 fue electo diputado del Congreso de la Unión por el noveno
distrito, el de Jilotepec. A principios de febrero de 1863, «en circunstancias bien
apremiantes y sumamente difíciles», aceptó el encargo del gobierno civil y
militar con «toda la abnegación que infunde el verdadero patriotismo». Y aunque
en junio presentó su dimisión al general Juan José de la Garza, jefe del
ejército de operaciones, su permanencia al frente del gobierno estatal
prosiguió hasta septiembre, cuando Juárez nombró al general Vicente Riva
Palacio como gobernador del estado de México.
Conocer este hecho histórico nos obliga a arrancarlo del olvido:
si se reconoce que Metepec fue la capital de nuestro estado en 1848 ante la
invasión estadunidense, ¿por qué no tendríamos que establecer una nueva
tradición y recordar la heroicidad de El Oro por arropar a los defensores de
«nuestra nacionalidad y nuestra honra» durante la Intervención francesa de
1863? Ese rasgo de identidad también sería motivo de orgullo.
III
Creo que en
este Congreso debemos preguntarnos qué actos heroicos tienen lugar en la
actualidad. En ese sentido, la preservación del patrimonio cultural es, me
parece, toda una hazaña, sobre todo cuando proviene de la sociedad civil.
Como el banquete del Campo del Gallo en 1813, en diciembre de 1998
se ofreció una comida por la culminación de los primeros trabajos de restauración
de las antiguas oficinas y talleres de mantenimiento de la extinta minera Las
Dos Estrellas, en Tlalpujahua, Michoacán. Tres meses más tomó implementar la museografía
y el 28 de marzo de 1999 se inauguró el Museo Tecnológico Minero. Miles de visitantes han acudido desde
entonces, pero quizá lo más valioso es que muchas de las fotografías y
documentos exhibidos son una generosa donación de los descendientes de los
mineros que despoblaron la región de Tlalpujahua y El Oro luego del cierre de
la que fue nuestra última gran mina, el 29 de septiembre de 1960.
Apenas abrió sus puertas, el Museo nos permitió sostener un
enriquecedor diálogo con nuestra historia; en principio, un rompecabezas armado
a partir de una pieza imperecedera: la placa conmemorativa en la bocamina del
socavón principal. Nivel cero: la Compañía Minera “Las Dos Estrellas” fue
constituida en 1898; su iniciador y accionista mayoritario, el belga-francés F.
J. Fournier (1857-1935).
Después de la tragedia de las lamas, el 27 de mayo de 1937, los
trabajadores asumieron la administración de la mina el 15 de marzo de 1938 y
ocho meses más tarde, con una proeza no menos heroica, compraron la empresa en
condiciones demasiado adversas. La placa subsistió, así como el registro del 27
de diciembre de 1899, grabada en ella. Desde la celebración del primer
centenario, esa fecha marca también el tránsito de mina a museo, con la institución
de un festival cultural que se realiza cada año.
Cuando rememoramos los tiempos de esplendor de las ciudades
heroicas, sucede algo similar al repasar la historia de la minería en nuestra
región: nos percatamos que también fueron de infortunio. En nuestros pueblos,
por ejemplo, poco queda del patrimonio industrial y arquitectónico. Por décadas,
sólo hubo indolencia y escombros. De ahí que subrayemos el heroísmo de quienes
lucharon por salvaguardarlos; de manera sobresaliente, don Gustavo Bernal
Navarro, quien insistió en que «acá, donde otros expoliaron riquezas, nosotros
sembramos cultura». El héroe como poeta, dilucidaría Thomas Carlyle.
¿Qué distingue a las gestas heroicas? Su proximidad con la poesía.
Y del presente prosaico, ¿qué podemos decir? ¿Hemos apreciado la gloria que
significó la Constitución de 1917, la expropiación petrolera de 1938, la
nacionalización de la industria eléctrica en 1960, el movimiento democrático
del 68? ¿los mexicanos hemos refrendado su grandeza? ¿en qué momento homenajearlos
se convirtió en simulación y luego en felonía?
Hoy nuestras ciudades heroicas son las de los ciudadanos que protegen
el patrimonio cultural, las de los periodistas asesinados por ejercer su
profesión, las de quienes buscan justicia en un sistema que no la procura, las
de los que se resisten al poder del narco; heroicas son las activistas que
intentan frenar los feminicidios, los padres que perdieron a sus hijos en el
incendio de una guardería, los que dan cobijo a nuestros hermanos
centroamericanos; y más allá de las ciudades, los ciudadanos que defienden su
tierra del ecocidio, como en San
Francisco Xochicuautla; y, en fin, todos aquellos que no se sienten
héroes, pero lo son porque están dispuestos a darle dignidad y futuro a esta
patria. ¿Qué crónica escribiremos de esta época en que el mundo nos identifica
como un país donde impera la cobardía de la violencia?
¿La que vivimos, será una historia de bronce algún día?
¿La que vivimos, será una historia de bronce algún día?
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