viernes, 31 de octubre de 2014

Tres momentos heroicos del distrito minero de El Oro y Tlalpujahua



I

Los historiadores de la revolución de Independencia y los biógrafos de Ignacio Rayón comúnmente mencionan un conocido cerro de Tlalpujahua como el centro de operaciones del presidente de la Suprema Junta Nacional Americana desde julio de 1812: el Campo del Gallo, fortificado por su hermano Ramón, que por su ubicación y armamento le permitieron a Ignacio recorrer las haciendas y pueblos próximos y despachar desde ahí el gobierno y las operaciones militares de la insurgencia. Como autoridad expidió leyes, proclamas y reglamentos, y fue el primero en celebrar, con la solemnidad requerida, el grito de libertad de Hidalgo y Allende, el 16 de septiembre de 1812 en Huichapan. No pasó, sin embargo, mucho tiempo antes de que el abogado y general de división Ignacio Rayón sufriera el asedio de las fuerzas realistas. Resistió sus embates hasta que tuvo que abandonar su cuartel general junto con sus hermanos, en mayo de 1813.
Temprana fue la incorporación de Ignacio Antonio López Rayón y López Aguado a la causa fernandista: una vez que se entrevistó con Miguel Hidalgo en Maravatío, publicó un bando el 23 de octubre de 1810 en Tlalpujahua, en el que convocaba a todos los americanos a formar parte de la revolución. El patriotismo de Rayón es desbordante: secretario de Estado y del despacho, antes de ser nombrado por los primeros caudillos como jefe del ejército el 16 de marzo de 1811, en Saltillo; intendente de Zacatecas entre el 15 y el 30 de abril; electo presidente de la Junta de Zitácuaro, el 19 de agosto; autor de los Elementos constitucionales, fechados el 30 de abril de 1812 en la Hacienda de la Huerta, en Zinacantepec; diputado constituyente del Congreso de Chilpancingo, en 1813; defensor del Fuerte de Cóporo, en Jungapeo, entre 1814 y 1816, sitiado por el coronel Agustín de Iturbide y el brigadier Ciriaco del Llano; sin olvidar que participó en la edición del Despertador Americano, el Ilustrador Nacional, el Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano, además de rubricar la Constitución Federal de 1824 como diputado por Michoacán. En una palabra, un héroe. Y si bien ninguna de sus batallas se conmemora, los tlalpujahuenses festejan, cada año, la heroicidad del 13 de noviembre de 1812, a la que las páginas de la historia le dedican algunos renglones. El pueblo, en cambio, le confiere magnificencia: el 6 de noviembre, Ignacio Rayón tuvo noticia de que su hermano Ramón, con un centenar de insurgentes, venció a 150 soldados del virrey entre Jerécuaro y la hacienda de Sotomayé. Al día siguiente fueron recibidos con alegría y regocijo, y el 13 un banquete fue ofrecido en el Campo del Gallo por su victoria. Fue un acto jubiloso y extraordinario: Rayón agradeció así a sus paisanos su entrega a los ideales revolucionarios.
Celebrar la unión y no el martirio: una visión distinta de heroísmo.


II

La noche del 17 de diciembre de 1857, el general Félix Zuloaga hizo público el Plan de Tacubaya, empeñado en derogar la Constitución Política promulgada el 5 de febrero de ese año. A tal acción se adhirió Ignacio Comonfort, que apenas el 1 de diciembre había jurado «desempeñar leal y patrióticamente el encargo de presidente de los Estados Unidos Mexicanos, conforme a la Constitución, y mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión», luego de ser presidente sustituto desde 1855. Un autogolpe de Estado. Pero menos de un mes después, el 11 de enero de 1858, Zuloaga desconoció el mando supremo de Comonfort, quien decidió entonces excarcelar a Benito Juárez, presidente de la Suprema Corte de Justicia desde el 20 de noviembre, apresado junto con otros liberales por no secundar el plan de Zuloaga.
Comonfort abandonó el país el 21 de enero de 1858. Ante la falta absoluta del Ejecutivo, Juárez asumió el cargo, de acuerdo con el artículo 79 de la Constitución del 57; también Zuloaga, ambos ostentándose como presidente interino. En el estado de México ocurrió lo mismo: para el gobierno juarista, Felipe Berriozábal era el gobernador y comandante militar; para los conservadores, Benito Haro. Fue una guerra civil de tres años que vio su fin en la batalla de San Miguel Calpulalpan, cerca de aquí, en el municipio de Jilotepec, librada el 22 de diciembre de 1860, entre los generales Jesús González Ortega y Miguel Miramón. Esa decisiva victoria, no exenta de heroísmo, permitió el restablecimiento de la república en enero de 1861, pero un año más tarde, ante la suspensión de pagos de la deuda externa, sobrevino la segunda intervención del ejército francés, por lo que el presidente Juárez ordenó la creación, en el estado de México, de los distritos militares de Toluca, Actopan y Cuernavaca, el 7 de junio de 1862.
La derrota del 5 de mayo no impidió que las fuerzas napoleónicas se replegaran a Veracruz, reorganizaran e incrementaran, y que en marzo del año siguiente sitiaran Puebla por dos meses. Rendido el Ejército de Oriente el 17 de mayo, los imperialistas avanzaron hacia la capital, la tomaron el 10 de junio, y luego se dirigieron a la ciudad de Toluca. Enterado de ello, Manuel Zomera y Piña, gobernador del estado de México y comandante militar del primero de sus distritos desde febrero de 1863, dejó Toluca, emulando a Juárez, que abandonó la Ciudad de México el 31 de mayo de ese año, emprendiendo así un gobierno itinerante. Al mismo tiempo, el cabildo republicano de Toluca decidió disolver el ayuntamiento el 2 de julio. El 4 o 5 (las fuentes consultadas mencionan uno y otro día), las tropas conservadoras, al mando del general Berthier, ocuparon Toluca.
Para el segundo Imperio, la entidad dejó de existir ese mismo mes al convertirla en departamento. Para el gobierno federal, por el contrario, su defensa seguía en pie y días después, el 20 de julio de 1863, Zomera declaró al Mineral del Oro como su capital. Ya un día antes había fechado ahí una proclama, y su gobierno despachó desde ese poblado, a tan sólo ocho kilómetros de Tlalpujahua, hasta que partió a la heroica Zitácuaro, rebautizada como Independencia, desde donde expidió decretos sobre adeudos y pago de contribuciones, el 6 y 14 agosto.
Para completar la historia, añadiremos que Maximiliano y Carlota visitaron Toluca entre el 25 y 29 de octubre de 1864, y que fue hasta febrero de 1867 cuando los liberales recuperaron la ciudad.

Como es bien sabido, entre municipios vecinos suele haber cierta rivalidad. Aunque esa aspereza nunca llegue a ser tan grave, quisiera mencionarla para aludir a un chihuarí, cierto de que entre ellos y los aurenses hay, a veces, aversión. Debo, sin embargo, referirme con gratitud al bibliófilo Mario Colín Sánchez (1922-1983), pues debido a él podemos probar que la ciudad de El Oro fue heroica al poner a salvo a quien portaba la investidura constitucional. El edicto, reproducido en el tomo tercero de la Guía de documentos impresos del estado de México, publicada por Mario Colín en 1977, es el siguiente:

El C. Manuel Zomera
y Piña, coronel de caballería del Ejército defensor de la Indepen-
dencia, Gobernador y comandante militar del primer distrito del Estado
de México, a todos sus habitantes, sabed:
Que en atención a estar ocupada la capital del Distrito por fuerzas in-
vasoras, y en uso de las amplias facultades de que me hallo investido, he
tenido a bien declarar lo siguiente.
Artículo único. Se declara capital del Distrito el punto en que se en-
cuentre este Gobierno.
Dado en el Mineral del Oro, a 20 de Julio de 1863.
Manuel Zomera y Piña
Francisco de Asís Osorio, Secretario

En 1861, Zomera firmaba como prefecto del distrito de Toluca y como uno de los veinte diputados del Congreso Constituyente del Estado de México; en 1862 fue electo diputado del Congreso de la Unión por el noveno distrito, el de Jilotepec. A principios de febrero de 1863, «en circunstancias bien apremiantes y sumamente difíciles», aceptó el encargo del gobierno civil y militar con «toda la abnegación que infunde el verdadero patriotismo». Y aunque en junio presentó su dimisión al general Juan José de la Garza, jefe del ejército de operaciones, su permanencia al frente del gobierno estatal prosiguió hasta septiembre, cuando Juárez nombró al general Vicente Riva Palacio como gobernador del estado de México.
Conocer este hecho histórico nos obliga a arrancarlo del olvido: si se reconoce que Metepec fue la capital de nuestro estado en 1848 ante la invasión estadunidense, ¿por qué no tendríamos que establecer una nueva tradición y recordar la heroicidad de El Oro por arropar a los defensores de «nuestra nacionalidad y nuestra honra» durante la Intervención francesa de 1863? Ese rasgo de identidad también sería motivo de orgullo.


III

Creo que en este Congreso debemos preguntarnos qué actos heroicos tienen lugar en la actualidad. En ese sentido, la preservación del patrimonio cultural es, me parece, toda una hazaña, sobre todo cuando proviene de la sociedad civil.
Como el banquete del Campo del Gallo en 1813, en diciembre de 1998 se ofreció una comida por la culminación de los primeros trabajos de restauración de las antiguas oficinas y talleres de mantenimiento de la extinta minera Las Dos Estrellas, en Tlalpujahua, Michoacán. Tres meses más tomó implementar la museografía y el 28 de marzo de 1999 se inauguró el Museo Tecnológico Minero. Miles de visitantes han acudido desde entonces, pero quizá lo más valioso es que muchas de las fotografías y documentos exhibidos son una generosa donación de los descendientes de los mineros que despoblaron la región de Tlalpujahua y El Oro luego del cierre de la que fue nuestra última gran mina, el 29 de septiembre de 1960.
Apenas abrió sus puertas, el Museo nos permitió sostener un enriquecedor diálogo con nuestra historia; en principio, un rompecabezas armado a partir de una pieza imperecedera: la placa conmemorativa en la bocamina del socavón principal. Nivel cero: la Compañía Minera “Las Dos Estrellas” fue constituida en 1898; su iniciador y accionista mayoritario, el belga-francés F. J. Fournier (1857-1935).
Después de la tragedia de las lamas, el 27 de mayo de 1937, los trabajadores asumieron la administración de la mina el 15 de marzo de 1938 y ocho meses más tarde, con una proeza no menos heroica, compraron la empresa en condiciones demasiado adversas. La placa subsistió, así como el registro del 27 de diciembre de 1899, grabada en ella. Desde la celebración del primer centenario, esa fecha marca también el tránsito de mina a museo, con la institución de un festival cultural que se realiza cada año.
Cuando rememoramos los tiempos de esplendor de las ciudades heroicas, sucede algo similar al repasar la historia de la minería en nuestra región: nos percatamos que también fueron de infortunio. En nuestros pueblos, por ejemplo, poco queda del patrimonio industrial y arquitectónico. Por décadas, sólo hubo indolencia y escombros. De ahí que subrayemos el heroísmo de quienes lucharon por salvaguardarlos; de manera sobresaliente, don Gustavo Bernal Navarro, quien insistió en que «acá, donde otros expoliaron riquezas, nosotros sembramos cultura». El héroe como poeta, dilucidaría Thomas Carlyle.
¿Qué distingue a las gestas heroicas? Su proximidad con la poesía. Y del presente prosaico, ¿qué podemos decir? ¿Hemos apreciado la gloria que significó la Constitución de 1917, la expropiación petrolera de 1938, la nacionalización de la industria eléctrica en 1960, el movimiento democrático del 68? ¿los mexicanos hemos refrendado su grandeza? ¿en qué momento homenajearlos se convirtió en simulación y luego en felonía?
Hoy nuestras ciudades heroicas son las de los ciudadanos que protegen el patrimonio cultural, las de los periodistas asesinados por ejercer su profesión, las de quienes buscan justicia en un sistema que no la procura, las de los que se resisten al poder del narco; heroicas son las activistas que intentan frenar los feminicidios, los padres que perdieron a sus hijos en el incendio de una guardería, los que dan cobijo a nuestros hermanos centroamericanos; y más allá de las ciudades, los ciudadanos que defienden su tierra del ecocidio, como en San Francisco Xochicuautla; y, en fin, todos aquellos que no se sienten héroes, pero lo son porque están dispuestos a darle dignidad y futuro a esta patria. ¿Qué crónica escribiremos de esta época en que el mundo nos identifica como un país donde impera la cobardía de la violencia?
 ¿La que vivimos, será una historia de bronce algún día?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Los lectores