domingo, 27 de mayo de 2012

De cómo la ingratitud es inequívoca: historia de mi salida de Radio Mexiquense


El soldado fue condecorado por sus servicios a la Patria: apenas dio media vuelta, lo apuñalaron con un «gracias, estúpido»

Sucedió hace un año, el miércoles 25 de mayo de 2011.
La historia completa, unos meses atrás, cuando Radio Mexiquense mandó un equipo carente de preparación para cubrir la 24 Feria Internacional del Libro de Guadalajara. La mayor sorpresa –sin mencionar el incidente donde se vieron involucrados los enviados especiales– fue la ausencia de Alonso Guzmán, conductor del programa Vagancias y extravagancias: inentendible, porque su cultura como lector es vasta y como comunicador es eficiente. En contraste, fue notoria la pobreza de las notas transmitidas al aire esa semana y la falta de entrevistas con escritores de renombre. Pero eso no nos iba a detener a Alonso y a mí para ir a la FIL: la noche del viernes 3 de diciembre de 2010 salimos rumbo a Guadalajara. Si relato este pasaje es porque el domingo 5 fui a la presentación de un libro de Jaime López, para hacer algo más que pasear: entrevistarlo y que se sorprendiera por la pregunta de qué recuerdos le traía Toluca: «pues fíjate que muy pocas veces he tocado en Toluca, por cierto; en el festival de Metepec, ahí he estado dos veces y, bueno, sí, ya cantar arriba de tres mil metros, sí se siente el ozono mío; es curioso que a algunas ciudades tan cercanas al DF casi no he ido a tocar en muchos años [...] a Toluca pues creo que toqué hace millones de años, pero igual en unas de esas les caigo», contestó, y luego envío un saludo a Al aire lo del aire y a Radio Mexiquense, con la rúbrica de «su seguro servibar, Jaime López». Nos despedimos, sabiendo que al otro día, por la noche, lo veríamos mi novia y yo en el Teatro de la Ciudad, en el último concierto de Rita Guerrero, quien moriría el 11 de marzo de 2011.
Justo unos días después, el 16 de marzo, lo buscamos luego de la función de La rebelión de las musas en el Foro del Tejedor, en El Péndulo de la colonia Roma. Ahí tuvimos una grata conversación con él, de cerca de media hora. Hablamos de sus canciones, entre otras cosas porque le llevé una lista de mis favoritas, ante lo cual respondió: «tienes mejores gustos que yo». También hablamos de la última vez que estuvo en Plutón, su concierto en el Teatro Blanquita (el 29 de enero con Arturo Meza) y la posibilidad de una visita a Radio Mexiquense, así que le pedí su teléfono y la ocasión no tardó en llegar: en mayo le llamé para acordar una cita.
Nos vimos el domingo 8 en el Parque España. Mi novia y yo comimos con él en la Cueva de Léon Condesa. No fue fácil convencerlo: nos tomó casi dos horas que aceptara participar en el tercer aniversario de FM. Lo primero que le mencioné fue a José Manuel Aguilera y su concierto acústico en vivo en nuestro primer año. No nos cobró, acoté. Reviró diciendo que él no era un excéntrico millonario –aunque lo pareciera– para que sus presentaciones fueran gratuitas. Tenía razón en todo: la venta de discos no eran un negocio, no recibiría regalías por la grabación en vivo, por su retransmisión o por la distribución no autorizada de copias del concierto. Pronto nos sentimos perdidos. Le ofrecimos recaudar el dinero necesario para contratarlo. No, dijo, porque no tardaría en saberse que fue el único al que le pagaron. No. No había por dónde. Hasta que el propio Jaime, teniendo presente esa misma plática y las dos anteriores, accedió a buscar una forma en la que pudiera participar en nuestros festejos. «Pero solamente lo haré por ustedes», subrayó.
Al otro día, lunes 9, no podía aguantarme las ganas de darle la noticia a mi jefa, Leticia Vega, y a Lorena Romero, locutora y productora de Al aire lo del aire. No lo podían creer. Aclaré que no vendría a tocar, sino a recitar su último disco Mujer y ego. No importa: ¡es Jaime López! Aún recuerdo sus caras de alegría. Solamente faltaba la autorización de la directora de Radio. Su beneplácito fue excepcional y me mandó llamar. Quería agradecérmelo y que le habláramos por teléfono para que fuera ella misma quien le diera las gracias por acceder a venir. Hablaron un par de minutos y la directora convino en que sería yo el enlace para comunicarnos con él. Se despidieron. Satisfecha, me ofreció como recompensa comer con Jaime López el día de su presentación.
Esa segunda semana de mayo conseguí, además, que otros dos músicos participaran en nuestras emisiones especiales por el tercer aniversario de FM Metepec. Lo hice porque siempre me sentí comprometido con Radio Mexiquense y nuestro cartel debía guardar la gloria de años anteriores. El primero de esos invitados fue Abel Membrillo, cantante de Los Nena y el Comando Groovy. Todo parecía marchar bien, hasta la noche anterior a su visita: pasadas las 22 horas me pidieron que fuera por él. Acepté, así se tratara de una obligación que no me correspondía (¿no conformes con que convenciera por cuenta propia a tres invitados, encima tenía que ir por dos de ellos al DF?). Casualmente me encontré a Abel en el chat de Gmail esa medianoche del martes 24 y le avisé que iría por él. A las 0:38 me deseó una buena noche.
Pero esa noche no dormí. Las siguientes horas fueron, por decir lo menos, inusitadas: un compañero mío, Julio César Garrido, y yo pedimos, como tantas otras noches, dos radiotaxis. Extraño, que tardaran dos horas en ir por nosotros. De camino a mi casa le pregunté al taxista si podía regresar por mí a las 5:30 para volver a Radio. Se excusó, porque a esa hora terminaba su turno, pero me dijo que no les tomaría más de quince minutos ir por mí. Aproximadamente a las 4:30 llegué a mi casa, prendí el bóiler y a las 5 de la madrugada me bañé. Esperé a que dieran las 5:45 y solicité el servicio de radiotaxi. Dieron las 6 y la unidad no llegó. Por si acaso, le mandé un mensaje de texto a mi compañero para pedirle la extensión de vigilancia; contestó a las 6:05. Volví a llamar al radiotaxi. No tarda, dijeron, y cuando el reloj marcó las 6:15 tuve que solicitarle al vigilante que le avisara al chofer que no me esperara. El chofer, cabe mencionar, no sabía que yo iría, así que no importaba si estaba yo ahí o no: él tenía la dirección y debía recoger a Abel a las 8 de la mañana. Esa era la orden, pero el chofer llegó tarde y no salió a las 6:30 como estaba planeado, sino después.
Abel me mandó un mensaje a las 7:55 preguntando si ya estaba yo afuera. Le llamé y me disculpé con él porque el chofer ya debería haber llegado. Pasó el tiempo y el Tsuru blanco no daba señales de vida. Le llamé a mi jefa, quien a su vez llamó al subdirector de emisoras (el vehículo oficial estaba a su cargo). No fue sino hasta una hora después de lo establecido que el chofer contactó a Abel. El invitado llegó a las 10:20 a cabina; eran veinte minutos de retraso. Al cuarto para las once le pedí a mi jefa que el programa se extendiera media hora más, para que Abel terminara de leer sus poemas (algo que nunca antes había hecho para radio, locutor él mismo de la mítica Rock 101). No aceptó; no se podía hacer, argumentó (falta de voluntad: al otro día Jaime López no estuvo dos, sino tres horas al aire). Tal vez su negativa se debió a lo que le contaron. Un cuento distorsionado: rumbo a Toluca, pasaron por el mánager del Comando Groovy, sí, pero fue sobre avenida Chapultepec, es decir, ni siquiera se desviaron del camino. Pero ya se sabe que los burócratas hacen cualquier cosa para eximirse, incluso exagerar.
Al mediodía del miércoles 25, una vez que Abel, su novia Mariana (a quien, por cierto, nunca le devolvieron los lentes oscuros que olvidó en el Tsuru) y Carlos Andrade partieron de regreso al DF, el subdirector me buscó: pretendía regañarme y echarme la culpa porque el chofer salió tarde. Nada tuve que ver, le expliqué: no pude llegar a tiempo. No pude, que es muy distinto a no quise. La discusión fue acalorada. Mi jefa se enteró y me pidió hablar con ella en su oficina. Me preguntó si al otro día podía ir por Jaime López. Le dije que sí y la subdirectora me dio instrucciones sobre la reservación para la comida con él.
Algo cambió en ese momento: el ofrecimiento del 9 de mayo, instruido por la directora, estaba condicionado: si iba por Jaime López, y sólo si iba, comería con él. No importaba que se debiera a mí su presentación. Mi jefa volvió a llamarme, para complicar aún más las cosas: me pidió que modificara mi programación especial, ya anunciada, de las remezclas del 2008 al 2011, presentadas por Luis Félix y Abel Membrillo. Obviamente me rehusé: la selección era un regalo para los radioescuchas y, además, no tenía ningún sentido: se trataba de quitar dos canciones cualesquiera y sustituirlas. Pero la producción ya estaba hecha y rehacerla no sólo significaba pensar en su mutilación y un programa distinto, con una nueva programación, un nuevo guión, nuevas grabaciones y volver a producir todo antes de las 9 de la mañana del día siguiente, también significaba una falta de respeto a mi trabajo como programador, a mi creatividad y al tiempo de mi coproductor y el que se tomaron los dos locutores invitados para grabar sus voces, así que defendí lo que con mucha calidad habíamos producido y le dije a mi jefa que era prácticamente imposible hacerlo a unas horas de que saliera al aire el programa. Entonces volvieron a mezclarse las cosas y por mi negativa vino el castigo en un mensaje de texto: no iría por Jaime López y, por ende, no comería con él. La ingratitud fue inequívoca. En mi lugar iría alguien que un día antes había hecho alarde de su ignorancia: por qué les emociona tanto Jaime López, nos preguntaba. Cuando no sabes la historia musical de un compositor como él, debe darte lo mismo un alma de tabique que un corazón de silicón.
Pensé en todo lo ocurrido (en la falta de solidaridad, en el último caso). Me pareció indigno que se me tratara así, después de lo que había conseguido, no sólo ese mes, sino los tres años trabajando para Radio Mexiquense. La dignidad es más que una palabra: pocos la practican y quienes prefieren pronunciarla en lugar de vivirla son unos farsantes. Mi renuncia la entendí como un acto de dignidad en este país donde la rectitud se ve con extrañeza en las instituciones públicas. Hacer radio era mi pasión, pero mi imaginación no se agotaba en ello. Me convencí de que no tenía por qué soportar ninguna arbitrariedad y entré a la oficina de mi jefa para anunciarle que el martes 31 presentaría mi renuncia. «Está bien», fue todo lo que dijo.
Al día siguiente prendí el radio dos horas antes del especial de Jaime López para oír si el programa de Luis Félix se transmitía como lo dejé la noche anterior. Salió tal cual y a las diez de la mañana le mandé un mensaje a Abel Membrillo compartiéndole mi decisión. De inmediato se comunicó conmigo, preocupado, y al notar que no cambiaría de opinión me pidió mi currículum para ver «qué podemos mover por aquí», como me escribió en una carta el viernes 27.
La presencia de Jaime López, por otro lado, fue todo un éxito ese jueves 26 de mayo. No me gustó del todo la entrevista, así que no la oí completa, pero alcancé a escuchar mi nombre cuando Lorena le preguntó a Jaime sobre mí. No quise estar en Radio en ese momento y esperé hasta que el programa de Abel Membrillo pasara a las tres de la tarde. Igual que el de las 9 de la mañana, salió completo. Llegué a Radio casualmente a la misma hora que mi coproductor, Julio César Garrido, y cuando sonó el teléfono de nuestra oficina, él contestó. Por sus respuestas me percaté que alguien lo estaba felicitando. Cuando colgó le pregunté quién había sido. Nada menos que nuestra jefa, complacida por la calidad y el profesionalismo de ambas emisiones. Lo malo fue que sólo lo felicitó a él, y no a mí, que había concebido la idea y la habíamos llevado a cabo conjuntamente, bajo mi dirección. Julio César y yo sabíamos que esos programas eran realmente especiales, por eso no consentí su mutilación: habría sido un error, y sólo hasta su salida al aire mi jefa pudo apreciarlos.
El viernes 27 era el día de nuestro aniversario y con ese motivo hubo una comida a la que no fui: esa tarde preferí trasladarme a Morelia: por la noche había un concierto en el Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras. Por esa misma hora, a las 9 de la noche, Luis Flores transmitía la entrevista grabada con el tercer invitado que conseguí: Rodrigo Sigal, director del CMMAS. El sábado volví a Toluca y fui a Radio a verificar que todo estuviera en orden. El domingo 29 también fui.
El martes 31 de mayo cumplí con mi palabra. Nadie habló conmigo en esos seis días y tampoco busqué a la directora de Radio, pues eso habría vulnerado la autoridad de mi jefa. Por extraño que parezca, esa última tarde me encontré a Julio César Garrido en el autobús y fue él quien me dijo a quién estaban mencionando como mi reemplazo, cuando ni siquiera había entregado mi carta de renuncia. Cuánto urgencia tenían de que me fuera. Cuatro sellos como acuses de recibo quedaron estampados en la copia de mi oficio. El texto, dirigido al director general, decía: «Por este medio me permito presentar a usted mi renuncia al puesto de programador, adscrito a la Dirección de Radio del Sistema de Radio y Televisión Mexiquense, que venía desempeñando con éxito desde el 15 de abril de 2008. Suspendo así mi relación laboral con FM Metepec, estación de la que hasta hoy fui su jefe de programación musical, responsabilidad asumida por encargo de la jefa de la emisora el 3 de febrero de 2009. Con esta decisión honro y fortalezco mi trabajo. Agradezco cumplidamente su atención y reciba de mí un cordial saludo, con el respeto de quien se entregó por completo a la radio estatal».
Hubo lágrimas de Cecilia Juárez y Lorena Romero. No tantas como las que vendrían al otro día, cuando en la tarde del 1 de junio a todos nos tomó por sorpresa la noticia del fallecimiento de Abel Membrillo. Seguramente arrepentidos por el desdén que justo una semana antes le brindaron a Abel en su visita, se anunció que el 2 y 3 de junio le dedicarían programas especiales en Radio Mexiquense, uno de ellos el mismo que ideé para festejar la programación musical y por el que, como ya he contado, fui fustigado al defenderlo.
En esos últimos seis días no borré ninguna canción de las miles con que abastecí nuestra base de datos digitales. Quiero recordarlo porque cuando estuve en Uni Radio un radiostar dijo que al irse borraría todos los discos almacenados en la computadora que tenía asignada (es decir, una que no era suya, sino de la Universidad). Quiero recordarlo también porque luego fui acusado de haber eliminado carpetas enteras de música. No fue así. No habría sido profesional de mi parte. Mientras fui jefe de programación no borré audios indiscriminadamente como le hacían creer mis compañeros a la jefa de la emisora y a la directora, sino aquellos que se repetían y los que no cumplían con un mínimo de calidad. Por la forma en que inmerecidamente fue desdeñado, sólo eliminé los audios del programa de Abel transmitido el jueves 26.
La tarde del 1 de junio me llamaron dos excompañeros para que les enviara ese programa. Me pareció absurdo que fueran ellos y no mi exjefa quienes me lo pidieran. Le mandé un mensaje de texto a ella avisándole que al otro día iría para programar yo mismo esa parte del homenaje a Abel Membrillo, a quien había conocido en 2006.

Lo que vino después era previsible: fines de semana desastrosos al no haber quien subsanara las horas vacías dejadas por los programadores, la repartición de bases a quienes no las merecían, una nueva administración que no ha entendido lo significativo que ha sido Radio Mexiquense en la vida de su público y golpes bajos entre compañeros de trabajo. Hoy que FM cumple cuatro años al aire no me arrepiento de haber renunciado: creo que ellos perdieron más de lo que pude haber perdido yo.

1 comentario:

Eric Uribares dijo...

Hola, le había perdido el rastro, es bueno releerlo.

Saludos.

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