En nombre de la vanguardia
actualista de México, sinceramente horrorizada de todas las placas
notariales y rótulos consagrados de sistema cartulario, con veinte
siglos de éxito efusivo en farmacias y droguerías subvencionales
por la ley, me centralizo en el vértice eclactante de mi insustituible
categoría presentista, equiláteramente convencida y eminentemente
revolucionaria, mientras que todo el mundo que está fuera del eje,
se contempla esféricamente atónito con las manos torcidas,
imperativa y categóricamente afirmo, sin más excepciones
a los players diametralmente explosivos en incendios fonográficos
y gritos acorralados, que mi estridentismo deshiciente y acendrado para
defenderme de las pedradas literales de los últimos plebiscitos
intelectivos: Muera el Cura Hidalgo, Abajo San Rafael, San Lázaro,
Esquina, Se prohibe fijar anuncios.
I. Mi locura no está
en los presupuestos. La verdad, no acontece ni sucede nunca fuera de nosotros.
La vida es sólo un método sin puertas que se llueve a intervalos.
De aquí que insista en la literatura insuperable en que se prestigian
los teléfonos y diálogos perfumados que se hilvanan al desgaire
por hilos conductores. La verdad estética, es tan sólo un
estado de emoción incohercible desenrollado en un plano extrabasal
de equivalencia integralista. Las cosas no tienen valor intrínseco
posible, y su equivalencia poética florece en sus relaciones y coordinaciones,
las que sólo se manifiestan en un sector interno, más emocionante
y más definitivo que una realidad desmantelada, como puede verse
en fragmentos de una de mis anticipaciones poemáticas novilatitudinales:
«Esas Rosas Eléctricas...» (Cosmópolis,
núm. 34). Para hacer una obra de arte, como dice Pierre Albert-Birot,
es preciso crear, y no copiar. «Nosotros buscamos la verdad en la
realidad pensada, y no en la realidad aparente». En este instante
asistimos al espectáculo de nosotros mismos. Todo debe ser superación
y equivalencia en nuestros iluminados panoramas a que nos circunscriben
los esféricos cielos actualistas, pues pienso con Epstein, que no
debemos imitar a la Naturaleza, sino estudiar sus leyes, y comportarnos
en el fondo como ella.
II. Toda técnica
de arte está destinada a llenar una función espiritual en
un momento determinado. Cuando los medios expresionistas son inhábiles
o insuficientes para traducir nuestras emociones personales -única
y elemental finalidad estética-, es necesario, y esto contra toda
la fuerza estacionaria y afirmaciones rastacueras de la crítica
oficial, cortar la corriente y desnucar los swichs. Una pechera
reumática se ha carbonizado, pero no por esto he de abandonar el
juego. ¿Quién sigue? Ahora el cubilete está en Cipriano
Max Jacob y es sensasionalísimo (sic.) por lo que respecta a aquel
periodista circunspecto, mientras Blaise Cendrars, que siempre está
en el plano de superación, sin perder el equilibrio, intencionalmente
equivocado, ignora, si aquello que tiene sobre los ojos es un cielo estrellado
o una gota de agua al microscopio.
III. «Un automóvil
en movimiento, es más bello que la Victoria de Samotracia.»
A esta eclactante afirmación del vanguardista italiano Marinetti,
exaltada por Lucini, Buzzi, Cavacchioli, etcétera, yuxtapongo mi
apasionamiento decisivo por las máquinas de escribir, y mi amor
efusivísimo por la literatura de los avisos económicos. Cuánta
mayor y más honda emoción he logrado vivir en un recorte
de periódico arbitrario y sugerente, que en todos esos organillerismos
pseudo-líricos y bombones melódicos, para recitales de changarro
gratis a las señoritas, declamatoriamente inferidos ante el auditorio
disyuntivo de niñas foxtroteantes y espasmódicas y burgueses
temerosos por sus concubinas y sus cajas de caudales, como valientemente
afirma mi hermano espiritual Guillermo de Torre en su manifiesto yoísta
leído en la primera explosión ultraica de Parisiana, y esto
sin perforar todas esas poematizaciones (sic) entusiastamente aplaudidas
en charlotadas literarias, en que sólo se justifica el reflejo cartonario
de algunos literaturípedos «specimen».
IV. Es necesario exaltar
en todos los tonos estridentes de nuestro diapasón propagandista,
la belleza actualista de las máquinas, de los puentes gímnicos
reciamente extendidos sobre las vertientes por músculos de acero,
el humo de las fábricas, las emociones cubistas de los grandes trasatlánticos
con humeantes chimeneas de rojo y negro, anclados horoscópicamente
-Ruiz Huidobro- junto a los muelles efervescentes y congestionados, el
régimen industrialista de la grandes ciudades palpitantes, las bluzas
(sic.) azules de los obreros explosivos en esta hora emocionante y conmovida;
toda esta belleza del siglo, tan fuertemente intuida por Emilio Verhaeren,
tan sinceramente amada por Nicolás Beauduin, y tan ampliamente dignificada
y comprendida por todos los artistas de vanguardia. Al fin, los tranvías
han sido redimidos del dicterio de prosaicos, en que prestigiosamente los
había valorizado la burguesía ventruda con hijas casaderas
por tantos años de retardarismo sucesivo e intransigencia melancólica,
de archivos cronológicos.
V. ¡Chopin a la
silla eléctrica! He aquí una afirmación higienista
y detersoria. Ya los futuristas anti-selenegráficos pidieron en
letras de molde el asesinato del claro de luna, y los ultraístas
españoles transcriben, por voz de Rafael Cansinos-Asséns,
la liquidación de las hojas secas reciamente agitada en periódicos
y hojas subversivas. Como ellos, es de urgencia telegráfica emplear
un método radicalista y eficiente. ¡Chopin a la silla eléctrica!
(M. M. A. trade mark) es una preparación maravillosa; en veinte
y cuatro horas exterminó todos los gérmenes de la literatura
putrefacta y su uso es agradabilísimo y benéfico. Agítese
bien antes de usarse. Insisto. Perpetuemos nuestro crimen en el melancolismo
trasnochado de los «Nocturnos», y proclamemos, sincrónicamente,
la aristocracia de la gasolina. El humo azul de los tubos de escape, que
huele a modernidad y a dinamismo, tiene, equivalentemente, el mismo valor
emocional que las venas adorables de nuestras correlativas y exquisitas
actualistas.
VI. Los provincianos planchan
en la cartera los boletos del tranvía reminiscente. ¿En dónde
está el hotel Iturbide?. Todos los periódicos dispépticos
se indigestan con estereotipias de María Conesa, intermitente desde
la carátula, y hasta hay alguien que se atreva integralmente asombrado
sobre la alarma arquitectónica del Teatro Nacional, pero no ha habido
nadie aún, susceptible de emociones liminares al margen de aquel
sitio de automóviles, remendado de carteles estupendos y rótulos
geométricos. Tintas planas: azules, amarillas, rojas. En medio vaso
de gasolina, nos hemos tragado literalmente la avenida Juárez, 80
caballos. Me ladeo mentalmente en la prolongación de una elipse
imprevista olvidando la estatua de Carlos IV. Accesorios de automóviles,
refacciones Haynes, llantas, acumuladores y dínamos, chasis, neumáticos,
klaxons, bujías, lubricantes, gasolina. Estoy equivocado. Moctezuma
de Orizaba es la mejor cerveza en México, fumen cigarros del Buen
Tono, S. A., etcétera, etcétera. Un ladrillo perpendicular
ha naufragado en aquellos andamios esquemáticos. Todo tiembla. Se
amplían mis sensaciones. La penúltima fachada se me viene
encima.
VII. Ya nada de creacionismo,
dadaísmo, paroxismo, expresionismo, sintetismo, imaginismo, suprematismo,
cubismo, orfismo, etcétera, etcétera, de «ismos»
más o menos teorizados y eficientes. Hagamos una síntesis
quinta-esencial y depuradora de todas las tendencias florecidas en el plano
máximo de nuestra moderna exaltación iluminada y epatante,
no por un falso deseo conciliatorio -sincretismo-, sino por una rigurosa
convicción estética y de urgencia espiritual. No se trata
de reunir medios prismales, básicamente antisímicos, para
hacerlos fermentar, equivocadamente, en vasos de etiqueta fraternal, sino,
tendencias insíticamente orgánicas, de fácil adaptación
recíproca, que resolviendo todas ecuaciones del actual problema
técnico, tan sinuoso y complicado, ilumine nuestro deseo maravilloso
de totalizar las emociones interiores y sugestiones sensoriales en forma
multánime y poliédrica.
VIII. El hombre no es
un mecanismo de relojería nivelado y sistemático. La emoción
sincera es una forma de suprema arbitrariedad y desorden específico.
Todo el mundo trata, por un sistema de escoleta reglamentaria, de fijar
sus ideas presentando un solo aspecto de la emoción, que es originaria
y tridimensionalmente esférica, con pretextos sinceristas de claridad
y sencillez primarias dominantes, olvidando que en cualquier momento panorámico
ésta se manifiesta, no nada más por términos elementales
y conscientes, sino también por una fuerte proyección binaria
de movimientos interiores, torpemente sensible al medio externo, pero en
cambio, prodigiosamente reactiva a las propulsiones roto-translatorias
del plano ideal de verdad estética que Apollinaire llamó
la sección de oro. De aquí, que exista una más amplia
interpretación en las emociones personales electrolizadas en el
positivo de los nuevos procedimientos técnicos, porque éstos
cristalizan un aspecto unánime y totalista de la vida. Las ideas
muchas veces se descarrilan, y nunca son continuas y sucesivas, sino simultáneas
e intermitentes. (II. Profond aujourd'hui. Cendrars, Cosmópolis,
núm. 33). En un mismo lienzo, diorámicamente, se fijan y
se superponen coincidiendo rigurosamente en el vértice del instante
introspectivo.
IX. ¿Y la sinceridad?
¿Quién ha inquerido? Un momento, señores, que hay
cambio de carbones. Todos los ojos se han anegado de aluminio, y aquella
señorita distraída se pasea superficialmente sobre los anuncios
laterales. He aquí una gráfica demostrativa. En la sala doméstica
se hacen los diálogos intermitentes, y una amiga resuelta en el
teclado. La crisantema eléctrica se despetala en nieves mercuriales.
Pero no es esto todo. Los vecinos inciensan gasolina. En el periódico
amarillista hay tonterías ministeriales. Mis dedos abstraídos
se diluyen en el humo. Y ahora, yo pregunto, ¿quién es más
sincero?, ¿los que no toleramos extrañas influencias y nos
depuramos y cristalizamos en el filtro cenestésico de nuestra emoción
personalísima o todos esos «poderes» ideocloróticamente
diernefistas (sic.), que sólo tratan de congraciarse con la masa
amorfa de un público insuficiente, dictatorial y retardatario de
cretinos oficiosos, académicos fotofóbicos y esquiroles traficantes
y plenarios?
X. Cosmopoliticémonos.
Ya no es posible tenerse en capítulos convencionales de arte nacional.
Las noticias se expanden por telégrafo; sobre los rascacielos, esos
maravillosos rascacielos tan vituperados por todo el mundo, hay nubes dromedarias,
y entre sus tejidos musculares se conmueve el ascensor eléctrico.
Piso cuarenta y ocho. Uno, dos, tres, cuatro, etcétera. Hemos llegado.
Y sobre las paralelas del gimnasio al aire libre, las locomotoras se atragantan
de kilómetros. Vapores que humean hacia la ausencia. Todo se acerca
y se distancia en el momento conmovido. El medio se transforma y su influencia
lo modifica todo. De las aproximaciones culturales y genésicas,
tienden a borrarse los perfiles y los caracteres raciales, por medio de
una labor selectiva eminente y rigurosa, mientras florece al sol de los
meridianos actuales, la unidad psicológica del siglo. Las únicas
fronteras posibles en arte son las propias infranqueables de nuestra emoción
marginalista.
XI. Fijar las delimitaciones
estéticas. Hacer arte, con elementos propios y congénitos
fecundados en su propio ambiente. No reintegrar valores, sino crearlos
totalmente, y asimismo, destruir todas esas teorías equivocadamente
modernas, falsas por interpretativas, tal la derivación impresionista
(post-impresionismo) y desinencias luministas (divisionismo, vibracionismo,
puntillismo, etcétera). Hacer poesía pura, suprimiendo todo
elemento extraño y desnaturalizado (descripción, anécdota,
perspectiva). Suprimir en pintura toda sugestión mental y postizo
literaturismo, tan aplaudido por nuestra crítica bufa. Fijar delimitaciones,
no en el paralelo interpretativo de Lessing, sino en un plano de superación
y equivalencia. Un arte nuevo, como afirma Reverdy, requiere una sintaxis
nueva; de aquí siendo positiva la aserción de Braque: el
pintor piensa en colores, deduzco la necesidad de una nueva sintaxis colorística.
XII. Nada de retrospección.
Nada de futurismo. Todo el mundo, allí, quieto, iluminado maravillosamente
en el vértice estupendo del minuto presente; atalayado en el prodigio
de su emoción inconfundible y única y sensorialmente electrolizado
en el «yo» superatista, vertical sobre el instante meridiano,
siempre el mismo, y renovado siempre. Hagamos actualismo. Ya Walter Bonrad
Arensberg lo exaltó en una estridencia afirmativa al asegurar que
sus poemas sólo vivían seis horas; y amemos nuestro siglo
insuperado. ¿Que el público no tiene recursos intelectuales
para penetrar el prodigio de nuestra formidable estética dinámica?
Muy bien. Que se quede en la portería o que se resigne al vaudeville.
Nuestro egoísmo es ya superlativo; nuestra convicción, inquebrantable.
XIII. Me complazco en
participar a mi numerosa clientela fonográfica de estolistas potenciales,
críticos desrrados (sic.) y biliosos, roídos por todas las
llagas lacerantes de la vieja literatura agonizante y apestada, académicos
retardatarios y específicamente obtusos, nescientes consuetudinarios
y toda clase de anadroides exotéricos, prodigiosamente logrados
en nuestro clima intelectual rigorista y apestado, con que seguramente
se preparan mis cielos perspectivos, que son de todo punto inútiles
sus cóleras mezquinas y sus bravuconadas zarzueleras y ridículas,
pues en mi integral convicción radicalista y extremosa, en mi aislamiento
inédito y en mi gloriosa intransigencia, sólo encontrarán
el hermetismo electrizante de mi risa negatoria y subversista. ¿Qué
relación espiritual, qué afinidad ideológica, puede
existir entre aquel Sr. que se ha vestido de frac para lavar los platos
y la música de Erik Satie? Con este vocablo dorado: estridentismo,
hago una transcripción de los rótulos dadá, que están
hechos de nada, para combatir la «nada oficial de libros, exposiciones
y teatro».. Es síntesis una fuerza radical opuesta contra
el conservatismo solidario de una colectividad anquilosada.
XIV. Exito a todos los
poetas, pintores y escultores jóvenes de México, a los que
aún no han sido maleados por el oro prebendario de los sinecurismos
gobiernistas, a los que aún no se han corrompido con los mezquinos
elogios de la crítica oficial y con los aplausos de un público
soez y concupiscente, a todos los que no han ido a lamer los platos en
los festines culinarios de Enrique González Martínez, para
hacer arte (!) con el estilicidio de sus menstruaciones intelectuales,
a todos los grandes sinceros, a los que no se han descompuesto en las eflorescencias
lamentables y metíficas de nuestro medio nacionalista con hedores
de pulquería y rescoldos de fritanga, a todos esos, los exito en
nombre de la vanguardia actualista de México, para que vengan a
batirse a nuestro lado en las lucíferas filas de la decouvert,
en donde, creo con Lasso de la Vega: «Estábamos lejos del
espíritu de la bestia. Como Zaratustra nos hemos librado de la pesadez,
nos hemos sacudido los prejuicios. Nuestra gran risa es una gran risa.
Y aquí estamos escribiendo las nuevas tablas.» Para terminar
pido la cabeza de los ruiseñores escolásticos que hicieron
de la poesía un simple cancaneo repsoniano (sic.), subido a los
barrotes de una silla: desplumazón después del aguacero en
los corrales edilicios del domingo burguesista. La lógica es un
error y el derecho de integralidad una broma monstruosa me interrumpe la
intelcesteticida (sic), Renée Dunan. Salvar-Papasseit, al caer de
un columpio ha leído este anuncio en la pantalla: escupid la cabeza
calva de los cretinos, y mientras que todo el mundo, que sigue fuera del
eje, se contempla esféricamente atónito, con las manos retorcidas,
yo, gloriosamente aislado, me ilumino en la maravillosa incandescencia
de mis nervios eléctricos.
1 comentario:
roídos por todas las llagas lacerantes de la vieja!
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