Desde muy
joven comenzó a trabajar. Los oficios de herrero, peón en una fábrica de acero
y plomero en la colonia Narvarte lo llevaron a descubrir su gusto por el metal
en fundición. Fue ayudante en el taller de la actriz Esther Fernández; ahí
conoció al escultor Pedro Cervantes y al mismo tiempo estudió en La Esmeralda y
vendió sus primeras esculturas en hierro forjado. Los maestros que lo
impulsaron fueron Gustavo Gutiérrez y Lorenzo Guerrero. En 1971 tuvo oportunidad
de realizar una investigación sobre la plástica en Europa, principalmente
España y Francia, lugares a los que viajó. De esa misma época es su visita a
Nueva York, donde terminaría por definir su estilo, en el que destaca un rasgo
característico: sus esculturas sólo tienen cuatro dedos en los pies.
Las técnicas
que ha utilizado desde entonces son hierro forjado y soldado, modelado en cera
para fundición y en barro para terracota, así como talla directa en madera.
También ha experimentado con materiales de desecho, como una incursión al arte
objeto, y aplicado fuego interno a sus esculturas monumentales, de manera que
las flamas y el hierro permiten un espectáculo visual de emociones.
Hasta el
momento ha montado alrededor de 120 exposiciones individuales (la primera en el
Museo de Bellas Artes de Toluca, en 1975), ha participado en más de 90
colectivas y le han encargado 72 trabajos especiales, entre ellos para el
Gobierno del Estado de México, la Procuraduría de Justicia del Distrito
Federal, la Secretaría del Trabajo, Petróleos Mexicanos, la Universidad
Autónoma del Estado de México, el Centro Universitario de Ixtlahuaca, el
Tecnológico de Monterrey y los municipios de El Oro, Toluca, Puebla, San Luis
Potosí, Aguascalientes, Zacatecas, Campeche y San Cristóbal de las Casas,
además de haber presentado sus esculturas flamígeras en 9 ocasiones bajo el
título «Resonancias del fuego», donde confluyen la música, la danza, la mímica
y la poesía, la primera vez en 1996.
Ha recibido
cerca de 60 reconocimientos, dos de ellos preseas Estado de México: la León
Guzmán en 1993 por su actividad docente y la sor Juana Inés de la Cruz en 2006
«por ser un artista cuya obra posee aquella excelsa y exquisita madurez para
transformar el metal en formas etéreas y sublimes. Su calidad humana —calificó
el jurado— logra resaltar el imaginario colectivo».
Impartió
clases de escultura y dibujo en el Centro de Artes Plásticas de la UAEM y en la
Escuela de Bellas Artes del Estado de México de 1982 al 2001. El 6 de agosto de
2012 recibió del ayuntamiento de Toluca las llaves de su nuevo taller en el
Calvario, lugar en el que ha trabajado ininterrumpidamente durante 26 años. «El
taller del artista es como un consultorio de terapeuta», ha dicho Cano más de
una vez. Actualmente está jubilado, pero su dedicación a producir nuevas
esculturas continúa.
Fue fundador
de Ático, un grupo de artistas plásticos precursor del arte público con
exhibiciones colectivas temporales, y es miembro del Ateneo del Estado de
México. Al inaugurar una de sus más recientes exposiciones, el director del
museo estatal de arte moderno, Carlos Olvera Avelar, se expresó así del
artista: «Fernando Cano trabaja y crea manejando una de las materias más densas
del universo conocido, misma que paradójicamente parece adquirir ligereza
gracias al conocimiento de la resistencia y la estabilidad, construyendo y
estructurando con la fuga creadora de quien desea reproducirse a sí mismo al
reproducirlo todo, como miembro único —pero hermanado— del género humano».
Tiene dos
hijos: Fernando Iván (1967) y Juan Ignacio Cano Sánchez (1969).
Muchas gracias
por estar aquí con nosotros, tío Fernando. Tus esculturas dan vida y nos
acercan a ti. Gracias también por llevar a tu pueblo, El Oro, a donde quiera
que sea admirada y coleccionada tu obra. Los aurenses te lo agradeceremos
siempre.
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