sábado, 14 de abril de 2012

Antes de la inauguración de la plaza Fernando Cano, en El Oro

Fernando Cano Cardoso nació en El Oro el 29 de mayo de 1939, en una casa que aún se encuentra en la esquina de Igualdad y Dos de Abril. Es el menor de los cinco hijos del pintor y maestro rural Juan Cano Huitrón (Temascalcingo, 1882) y de Aurora Cardoso Eguiluz (Tulancingo, 1899), quienes se casaron en la iglesia de Santa María de Guadalupe el 6 de agosto de 1921. Sus hermanos: Carmen, Esperanza, Rosa y Eduardo. Su padre trabajó en la Mina Esperanza, como encargado de la compresora en uno de los turnos; murió en 1946, por lo que, en el lapso de los siguientes tres años, su familia se fue a vivir a Tlalpujahua y Toluca, y luego a la ciudad de México, donde Fernando estudió en un colegio católico en la calzada de Tlalpan, cerca de la colonia Portales. A menudo, sus recuerdos de la niñez lo trasladan a El Oro: el jardín de la iglesia, la estación del tren, La Ruleta, la presa El Mortero, los simulacros por la segunda guerra mundial, las películas en el Teatro Juárez, las posadas y los cuentos de mamá Aurora. Fue, como él mismo afirma, un niño travieso.
Desde muy joven comenzó a trabajar. Los oficios de herrero, peón en una fábrica de acero y plomero en la colonia Narvarte lo llevaron a descubrir su gusto por el metal en fundición. Fue ayudante en el taller de la actriz Esther Fernández; ahí conoció al escultor Pedro Cervantes y al mismo tiempo estudió en La Esmeralda y vendió sus primeras esculturas en hierro forjado. Los maestros que lo impulsaron fueron Gustavo Gutiérrez y Lorenzo Guerrero. En 1971 tuvo oportunidad de realizar una investigación sobre la plástica en Europa, principalmente España y Francia, lugares a los que viajó. De esa misma época es su visita a Nueva York, donde terminaría por definir su estilo, en el que destaca un rasgo característico: sus esculturas sólo tienen cuatro dedos en los pies.
Las técnicas que ha utilizado desde entonces son hierro forjado y soldado, modelado en cera para fundición y en barro para terracota, así como talla directa en madera. También ha experimentado con materiales de desecho, como una incursión al arte objeto, y aplicado fuego interno a sus esculturas monumentales, de manera que las flamas y el hierro permiten un espectáculo visual de emociones.
Hasta el momento ha montado alrededor de 120 exposiciones individuales (la primera en el Museo de Bellas Artes de Toluca, en 1975), ha participado en más de 90 colectivas y le han encargado 72 trabajos especiales, entre ellos para el Gobierno del Estado de México, la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, la Secretaría del Trabajo, Petróleos Mexicanos, la Universidad Autónoma del Estado de México, el Centro Universitario de Ixtlahuaca, el Tecnológico de Monterrey y los municipios de El Oro, Toluca, Puebla, San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas, Campeche y San Cristóbal de las Casas, además de haber presentado sus esculturas flamígeras en 9 ocasiones bajo el título «Resonancias del fuego», donde confluyen la música, la danza, la mímica y la poesía, la primera vez en 1996.
Ha recibido cerca de 60 reconocimientos, dos de ellos preseas Estado de México: la León Guzmán en 1993 por su actividad docente y la sor Juana Inés de la Cruz en 2006 «por ser un artista cuya obra posee aquella excelsa y exquisita madurez para transformar el metal en formas etéreas y sublimes. Su calidad humana —calificó el jurado— logra resaltar el imaginario colectivo».
Impartió clases de escultura y dibujo en el Centro de Artes Plásticas de la UAEM y en la Escuela de Bellas Artes del Estado de México de 1982 al 2001. El 6 de agosto de 2012 recibió del ayuntamiento de Toluca las llaves de su nuevo taller en el Calvario, lugar en el que ha trabajado ininterrumpidamente durante 26 años. «El taller del artista es como un consultorio de terapeuta», ha dicho Cano más de una vez. Actualmente está jubilado, pero su dedicación a producir nuevas esculturas continúa.
Fue fundador de Ático, un grupo de artistas plásticos precursor del arte público con exhibiciones colectivas temporales, y es miembro del Ateneo del Estado de México. Al inaugurar una de sus más recientes exposiciones, el director del museo estatal de arte moderno, Carlos Olvera Avelar, se expresó así del artista: «Fernando Cano trabaja y crea manejando una de las materias más densas del universo conocido, misma que paradójicamente parece adquirir ligereza gracias al conocimiento de la resistencia y la estabilidad, construyendo y estructurando con la fuga creadora de quien desea reproducirse a sí mismo al reproducirlo todo, como miembro único —pero hermanado— del género humano».
Tiene dos hijos: Fernando Iván (1967) y Juan Ignacio Cano Sánchez (1969).
Muchas gracias por estar aquí con nosotros, tío Fernando. Tus esculturas dan vida y nos acercan a ti. Gracias también por llevar a tu pueblo, El Oro, a donde quiera que sea admirada y coleccionada tu obra. Los aurenses te lo agradeceremos siempre.

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