domingo, 30 de octubre de 2011

Contracubierta de Notas y apuntes para la historia de la Mina Las Dos Estrellas, de Gustavo Bernal Navarro

«Minero renegrecido de tanta y tanta sombra —escribió el poeta Carlos Gutiérrez Cruz en 1924— el hombre que te nombra te imagina [...] sacando a creces el oro que germina». Al leerlo pienso en Gustavo Bernal Navarro: el caudal de sus manos nos ha enseñado a mirar la vida con sus claroscuros. Su maestría como pintor, escultor y ceramista ha sacudido la conciencia de no pocos espectadores: es uno de esos artistas en vías de extinción que le imprimen ideas sociales a sus obras. La reacción, incluso, ha llegado a ser brutal, como sucedió en los noventa con sus murales en Tlalpujahua: emblanquecidos para destruir aquello que emergía: una sensibilidad humanista ante la grandeza y las injusticias.
Bernal no se ha preocupado en rescatarlos, aunque eso ha hecho por la cultura, la política y la historia: basta mencionar que en su gestión como alcalde entre 1981 y 1983 —recordada todavía por sus logros— salvó el archivo municipal de su deterioro y que el Arte Acá, por ejemplo, representó en los setenta una revaloración de lo popular; la Corriente Democrática, una lucha de la generación nacida en los treinta por recuperar nuestro país, secuestrado por el crimen organizado, es decir, el capitalismo; y el Museo Tecnológico Minero del Siglo xix, un reclamo del legado cultural de nuestra región.
Como el minero, Gustavo busca y profundiza. Para él nuestro patrimonio no es el de un pueblo olvidado, como quisiera verlo el turismo, sino el trabajo de la gente que ha sabido brillar pese a todas las adversidades. La tenacidad de Bernal pareciera a veces solitaria: en estos tiempos en que el mundo se reduce a la pantalla de un televisor o de un dispositivo móvil, él apuesta por la palabra y los conocimientos que aprendió en el Seminario Conciliar de México y la Academia de San Carlos. Compartirlos ha sido vivir a contracorriente.
Desde 1999 el Museo de la antigua Mina Las Dos Estrellas ha recobrado para el distrito minero de El Oro y Tlalpujahua su renombre con una filosofía desprovista de lucro y burocracia: su director —que no recibe ningún sueldo más que el de su jubilación como electricista— ha trazado en la práctica un museo distinto: no hay en su concepción el cobro de la cultura y no está interesado en convertirse en un atractivo turístico. Lo público es un imperativo. Que todos estos años haya funcionado así sólo se explica con esta frase de George Steiner: «Utopía significa simplemente hacerlo bien».
Quizá porque ha comprendido —lector al fin de la geología— que la belleza tarda en tomar su forma, Gustavo Bernal no había sacado antes a la luz estas anotaciones. Ahora, gracias a esta recopilación, podemos reivindicar en nuestra historia el papel del trabajador minero: estas páginas son la oportunidad para inclinar la balanza, pues —como él mismo afirmó, no sin razón, en una entrevista— «México tiene mucha riqueza mineral, pero no tiene un gramo de memoria».

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