«Minero renegrecido de tanta y tanta sombra —escribió el poeta Carlos
Gutiérrez Cruz en 1924— el hombre que te nombra te imagina [...] sacando a
creces el oro que germina». Al leerlo pienso en Gustavo Bernal Navarro: el
caudal de sus manos nos ha enseñado a mirar la vida con sus claroscuros. Su
maestría como pintor, escultor y ceramista ha sacudido la conciencia de no
pocos espectadores: es uno de esos artistas en vías de extinción que le
imprimen ideas sociales a sus obras. La reacción, incluso, ha llegado a ser
brutal, como sucedió en los noventa con sus murales en Tlalpujahua:
emblanquecidos para destruir aquello que emergía: una sensibilidad humanista
ante la grandeza y las injusticias.
Bernal no se ha preocupado en rescatarlos, aunque eso ha
hecho por la cultura, la política y la historia: basta mencionar que en su
gestión como alcalde entre 1981 y 1983 —recordada todavía por sus logros— salvó
el archivo municipal de su deterioro y que el Arte Acá, por ejemplo, representó
en los setenta una revaloración de lo popular; la Corriente Democrática, una
lucha de la generación nacida en los treinta por recuperar nuestro país,
secuestrado por el crimen organizado, es decir, el capitalismo; y el Museo
Tecnológico Minero del Siglo xix,
un reclamo del legado cultural de nuestra región.
Como el minero, Gustavo busca y profundiza. Para él nuestro
patrimonio no es el de un pueblo olvidado, como quisiera verlo el turismo, sino
el trabajo de la gente que ha sabido brillar pese a todas las adversidades. La
tenacidad de Bernal pareciera a veces solitaria: en estos tiempos en que el
mundo se reduce a la pantalla de un televisor o de un dispositivo móvil, él
apuesta por la palabra y los conocimientos que aprendió en el Seminario
Conciliar de México y la Academia de San Carlos. Compartirlos ha sido vivir a
contracorriente.
Desde 1999 el Museo de la antigua Mina Las Dos Estrellas ha
recobrado para el distrito minero de El Oro y Tlalpujahua su renombre con una
filosofía desprovista de lucro y burocracia: su director —que no recibe ningún
sueldo más que el de su jubilación como electricista— ha trazado en la práctica
un museo distinto: no hay en su concepción el cobro de la cultura y no está
interesado en convertirse en un atractivo turístico. Lo público es un
imperativo. Que todos estos años haya funcionado así sólo se explica con esta
frase de George Steiner: «Utopía significa simplemente hacerlo bien».
Quizá porque ha comprendido —lector al fin de la geología—
que la belleza tarda en tomar su forma, Gustavo Bernal no había sacado antes a
la luz estas anotaciones. Ahora, gracias a esta recopilación, podemos
reivindicar en nuestra historia el papel del trabajador minero: estas páginas
son la oportunidad para inclinar la balanza, pues —como él mismo afirmó, no sin
razón, en una entrevista— «México tiene mucha riqueza mineral, pero no tiene un
gramo de memoria».
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