En julio de 1993 no tenía edad legal para votar y, sin embargo, desde hacía tres años, participaba en las elecciones locales y la federal del ’91 apoyando a los representantes de casilla del PRD el día de la jornada electoral. Dieciocho años después, aún recuerdo cuando Alejandro Encinas, en su primera campaña para gobernador, subió al quiosco del Jardín Madero y nos saludamos de mano minutos antes de que tomara el micrófono y le hablara a la gente de El Oro que fue ese día a nuestro mitin. Las cifras finales habrían desalentado a cualquier joven: un 8 por ciento alcanzado frente al aplastante 62% del PRI. Empero, no fue por los resultados electorales que renuncié al PRD el 19 de enero del año 2000: la política al interior de los partidos es fratricida. No he vuelto a la militancia; he sido un votante más y he visto los mismos vicios en cada proceso electoral: hace seis años, en el 2005, un candidato prácticamente desconocido, Enrique Peña, fue impulsado por su tío –el propio gobernador, en una suerte de sucesión dinástica– y el aparato gubernamental a través del programa de regionalización: recursos públicos y burócratas al servicio de una candidatura presidencial, la de Arturo Montiel: refrendar la gubernatura era condición necesaria para postularse en la contienda priista, que finalmente le arrebataría Roberto Madrazo. Como ya dije, los fratricidas son compañeros de partido.
Seis años después, el escenario se repite: la candidatura presidencial de Peña (más preocupado por publicitar su imagen que por los feminicidios en el estado) depende en parte de que el gobernador electo sea Eruviel Ávila, un montielista de pura cepa. Para asegurarse de que así fuese, Peña dictó las reformas al código estatal electoral a su conveniencia y la mayoría priista en el congreso local las validó, designando además a consejeros electorales afines para que se sometieran a la voluntad del grupo Atlacomulco. La parcialidad del IEEM es notoria y la inequidad un asunto que ha pasado por alto: exceder el tope de gastos de campaña es una violación que quizá no sea sancionada, y a nadie le sorprendería.
Con cinismo, los recursos públicos usados para favorecer al PRI siguen siendo la norma: el gobierno estatal y los municipales aportan personal y dispendio para acarrear y comprar votos. ¿A quién le importa convencer a los electores, si un voto comprado cuenta igual que cualquier otro? ¿y quién, en esta democracia simulada, verifica que las encuestas propagandísticas no sean truqueadas? ¿Qué ha cambiado en estos 18 años? El electorado: jóvenes que han percibido la ineficacia del gobierno federal panista en estos once años sin orden ni concierto. El priismo mexiquense le apuesta al descrédito, contra el que no pudo salir ileso en las elecciones presidenciales del año 2000. Pero el PRI no es invencible en el estado de México: ya perdió aquí en tres ocasiones. La votación para Cuauhtémoc Cárdenas en el ‘88 fue oficialmente del 52%; en el 2000, 43% para Vicente Fox y 43% también para López Obrador en el 2006. 45 días de campaña parecen ser insuficientes para revertir el clientelismo (el amparo con que los poderosos se protegen a sí mismos favoreciendo a los que se acogen a ellos). Pero puede hacerse.
Alejandro Encinas Rodríguez nació en 1954 y es un economista egresado de la UNAM, donde estudió de 1973 al ’76 y del que es profesor, como antes lo fue en la Universidad Autónoma Chapingo de ‘79 a ‘86, donde llegó a ser coordinador de Extensión Universitaria. Se afilió al Partido Comunista en 1979 y su primer año de activismo lo pasó en Ecatepec, con los ahorros de tres años de trabajo en las zonas cañeras (entrevista de Héctor Delgado, Como alfileres de luz, pp. 69-83). En 1983 fue electo secretario general del PSUM en el estado de México (el PCM había desaparecido en noviembre de 1981 para dar paso a la unificación) y un año después su abanderado en Tenango del Aire, Edmundo Rojas Soriano, ganó la presidencia municipal, la primera para la izquierda mexiquense. Fue en 1985 cuando asumió la diputación federal al fallecer Demetrio Vallejo el 24 de diciembre de ese año. En 1987 (el 29 de marzo, precisamente con una proclama leída por Carlos Bracho, entonces candidato a gobernador del estado de México) el PSUM se fusionó con otros partidos y organizaciones de izquierda para renacer en el PMS, quien se uniría al Frente Democrático Nacional un mes antes de la elección presidencial de 1988. El PMS cedería su registro en mayo de 1989 al naciente PRD, un partido en el que confluyeron la Corriente Democrática del PRI, la izquierda socialista y diversos movimientos sociales. Alejandro Encinas fue partícipe de esta reagrupación y congruente con sus ideales. No se vendió. Fue diputado federal por el PRD en dos ocasiones más: 1991 y 2009; secretario de Medio Ambiente en el gobierno del Distrito Federal encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas (1997-2000); secretario de Desarrollo Económico, subsecretario y secretario de Gobierno con López Obrador (2000-2005), y electo jefe de gobierno por la Asamblea Legislativa del DF en agosto de 2005. Su trayectoria política es intachable (y su cuenta bancaria la de menor monto de los tres candidatos). Su solvencia moral une, como ya lo demostró el 16 de mayo de este año en Ecatepec: ahí estuvieron presentes Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Teresa Juárez viuda de Castillo, López Obrador, Cuauhtémoc Cárdenas y Marcelo Ebrard –sólo por mencionar a los principales líderes– para respaldarlo. La unión es imprescindible para enfrentar al PRI-gobierno.
El estado de México es el gran negocio de los priistas: la corrupción no se entiende sin la impunidad y la complicidad de una clase política vividora que mantiene en 45% la pobreza y un endeudamiento de 65 mil millones de pesos. La cultura paternalista no funciona sino como un reproductor para privilegiar el desfalco del patrimonio público. Encinas ha puesto el dedo en la llaga: la alternancia es primordial para romper con la simbiosis diseñada por Carlos Hank. Necesitamos un gobierno honesto, solidario, de austeridad, que comience por disminuir en 50% el salario de los altos funcionarios y sanee las finanzas para lograr un ahorro de 20 mil millones de pesos. Con ello podrían establecerse políticas públicas que garanticen derechos civiles y sociales para aumentar la calidad de vida de los mexiquenses, desarrollo sustentable (en el último debate delineó una propuesta integral viable sobre contaminación atmosférica, agua, protección de bosques y manejo de residuos, sin parangón), la gratuidad de la UAEM y un seguro de desempleo, sólo por indicar algunos. Son programas sociales que en el pasado fueron muy criticados por los neoliberales: acusar de populista a quien los incluyera en su plan de gobierno era el ataque más socorrido. Panistas y priistas tuvieron que cambiar su discurso cuando se demostró que el balance económico al implementarlos era positivo. Fue entonces que gobiernos como el del estado de México los copiaron, aunque siempre con un condicionamiento partidista. Y candidatos como Eruviel Ávila se desvivieron en promesas (seis mil ha ofrecido) y también en engaños: la tenencia vehicular ya fue derogada (y, además, vale la pena recordar que en 2009, siendo diputado, votó en contra de su eliminación), el transporte rosa fue aprobado por la legislatura local el año pasado y la preparatoria obligatoria está teniendo una discusión favorable en el Congreso de la Unión. Las omisiones de Eruviel Ávila son la constante: gusta de presumir que ganó cuatro elecciones en Ecatepec, pero no dice que perdió una de diputado. No es alguien confiable (bochornoso también que, siendo doctor en derecho, se le exhibiera plagiando las palabras de José Dávalos sobre Alfonso Noriega Cantú para elogiar a Montiel); menos aún si es un político aliado a Elba Esther Gordillo y su partido Nueva Alianza: baste señalar que, en detrimento del gasto social, en 2009 el SNTE recibió 1500 millones de pesos del gobierno del estado de México. Esos privilegios deben acabar ya.
Nuestro voto puede ser un factor de cambio. Anularlo, como algunos han pensado al creerse esa falaz campaña «de calidad para mi país» , no cambiaría nada: el voto nulo no es una causal de nulidad. No suma: resta. Y desperdiciarlo votando por el PAN sólo atomizaría la votación opositora. Abstenerse, por otra parte, nunca ha sido una opción: la apatía es el modo más cómodo para desentenderse de nuestra responsabilidad ciudadana. Este 3 de julio hay que votar por Alejandro Encinas Rodríguez. Es un experimentado líder que sabe gobernar y tiene claridad sobre lo que nuestro estado requiere: poner el acento en la ética, la economía y la ecología. Seguro de sí mismo, ganó los cuatro debates televisivos al contrastar frontalmente su proyecto de izquierda con los desgastados eslóganes de los otros dos candidatos. Como él, demos el paso decisivo: con el poder del voto, unidos podemos cambiar la miseria por el bienestar.
El estado de México es el gran negocio de los priistas: la corrupción no se entiende sin la impunidad y la complicidad de una clase política vividora que mantiene en 45% la pobreza y un endeudamiento de 65 mil millones de pesos. La cultura paternalista no funciona sino como un reproductor para privilegiar el desfalco del patrimonio público. Encinas ha puesto el dedo en la llaga: la alternancia es primordial para romper con la simbiosis diseñada por Carlos Hank. Necesitamos un gobierno honesto, solidario, de austeridad, que comience por disminuir en 50% el salario de los altos funcionarios y sanee las finanzas para lograr un ahorro de 20 mil millones de pesos. Con ello podrían establecerse políticas públicas que garanticen derechos civiles y sociales para aumentar la calidad de vida de los mexiquenses, desarrollo sustentable (en el último debate delineó una propuesta integral viable sobre contaminación atmosférica, agua, protección de bosques y manejo de residuos, sin parangón), la gratuidad de la UAEM y un seguro de desempleo, sólo por indicar algunos. Son programas sociales que en el pasado fueron muy criticados por los neoliberales: acusar de populista a quien los incluyera en su plan de gobierno era el ataque más socorrido. Panistas y priistas tuvieron que cambiar su discurso cuando se demostró que el balance económico al implementarlos era positivo. Fue entonces que gobiernos como el del estado de México los copiaron, aunque siempre con un condicionamiento partidista. Y candidatos como Eruviel Ávila se desvivieron en promesas (seis mil ha ofrecido) y también en engaños: la tenencia vehicular ya fue derogada (y, además, vale la pena recordar que en 2009, siendo diputado, votó en contra de su eliminación), el transporte rosa fue aprobado por la legislatura local el año pasado y la preparatoria obligatoria está teniendo una discusión favorable en el Congreso de la Unión. Las omisiones de Eruviel Ávila son la constante: gusta de presumir que ganó cuatro elecciones en Ecatepec, pero no dice que perdió una de diputado. No es alguien confiable (bochornoso también que, siendo doctor en derecho, se le exhibiera plagiando las palabras de José Dávalos sobre Alfonso Noriega Cantú para elogiar a Montiel); menos aún si es un político aliado a Elba Esther Gordillo y su partido Nueva Alianza: baste señalar que, en detrimento del gasto social, en 2009 el SNTE recibió 1500 millones de pesos del gobierno del estado de México. Esos privilegios deben acabar ya.
Nuestro voto puede ser un factor de cambio. Anularlo, como algunos han pensado al creerse esa falaz campaña «de calidad para mi país» , no cambiaría nada: el voto nulo no es una causal de nulidad. No suma: resta. Y desperdiciarlo votando por el PAN sólo atomizaría la votación opositora. Abstenerse, por otra parte, nunca ha sido una opción: la apatía es el modo más cómodo para desentenderse de nuestra responsabilidad ciudadana. Este 3 de julio hay que votar por Alejandro Encinas Rodríguez. Es un experimentado líder que sabe gobernar y tiene claridad sobre lo que nuestro estado requiere: poner el acento en la ética, la economía y la ecología. Seguro de sí mismo, ganó los cuatro debates televisivos al contrastar frontalmente su proyecto de izquierda con los desgastados eslóganes de los otros dos candidatos. Como él, demos el paso decisivo: con el poder del voto, unidos podemos cambiar la miseria por el bienestar.
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