miércoles, 22 de septiembre de 2004

Una muerte temporal, amor y restos humanos

para José Ernesto, con un gracias

No conozco un manual para los usuarios del transporte público, sólo sé de las reglas de urbanidad que he visto en algunos letreros («La bajada es por atrás», «Antes de entrar permita salir»). Cuando las leo, trato de obedecerlas y aún no entiendo por qué la gente insiste en su desacato: ¿son los indicios que explican la basura en las calles? Preguntas similares nos hacemos diariamente, en el ir y venir, en la espera, y pronto las olvidamos: a veces son una molestia. Cuando pagamos el pasaje, todos los asientos están ocupados, y aunque hubiera uno voltearíamos -como los demás- hacia fuera, para ver pasar a los enamorados de 17 años: su normalidad es una melodía que desentona con el caos vial; la nuestra, una monótona y cataléptica cumbia presentada por los ladridos de un locutor. Tomados de la mano, la imagen de la pareja hace que el amor deje de ser un anhelo y su fugacidad se vuelva en el martillo del martirio del martillo del martirio, y una voz interior repita: fracasado, fracasar, fracaso. Al cerrar los ojos desearías morir en ese preciso instante, en una volcadura, y dormir de 14 a 35 días, ó 19 noches. Sólo eso: una muerte temporal. Un tiempo muerto. Inmovilidad. No más insomnio. Que descansen tus restos. Ya no quieres caminar «como un hombre muerto caminando»* y prefieres cantar: «ahora soy un alma oxidada, se acabó la energía; querría cortarme y desgarrarme hasta morir, pero no tengo valor, así que voy a desconectarme».** y tú mismo te guardas en un cajón o en el clóset de los juguetes y aguardas el momento en que puedas abrir los ojos y ya no sientas la necesidad de que alguien te llame, te ame o te ponga pilas nuevas. Necia necesidad; no puedes con ella. Necedad: necesitas un antidepresivo, es decir, comprar un disco. Y callar y leer un manual para usuarios del transporte urbano: sólo así sabrás qué hacer en un caso de emergencia como este.

[*Dead man walking, de David Bowie
**Ný batterí, de Sigur Rós; trad. de Björn Erlingur y Alberto Ruiz Cristina]

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