
Carla Pérez Pérez
Apartado Postal 4904
Correo 23 y 12
Vedado, Ciudad Habana
Querida Carla:
No sé si todavía estás trabajando en la oficina de correos núm. 4. Cuando nos conocimos, en noviembre del 2000, me dijiste que llevabas cinco años sellando timbres postales. Probablemente no me recuerdes: yo rentaba un cuarto en el mismo edificio donde vives (Paseo, entre Línea y Calzada) y el domingo 5 (estoy seguro de que era ese día), cansados de esperar el elevador, decidimos subir las escaleras juntos (unas escaleras preciosas, debo decir, como todas las de La Habana). Entonces tuvimos oportunidad de hablar, apenas unos minutos, de nuestro amor por las cartas: quizá pocos placeres se comparen con el de encontrar una carta aguardándonos en el buzón. Siempre me emociona abrirlas y siempre, también, tardo demasiado en responderlas. Muchos pensarán que basta una llamada telefónica para las relaciones humanas, pero Jack Kerouac lo desaconsejaba: «no uses el teléfono -recomendaba-, pues la gente no está lista para contestarlo. Usa mejor el poema». No estoy escribiendo un poema, desde luego (aunque sería fácil hacerlo); estoy tratando de cumplir mi promesa de enviarte una postal desde México, ya que ambos coincidimos en que es el medio ideal para comunicarnos (y no estoy hablando sólo de nosotros, me refiero al lenguaje en general). «¿Qué tanto hice, que me impidió mandarte estas palabras?» -me pregunto, y la respuesta me llena de vergüenza: nada. No hice nada en todo este tiempo, excepto extrañar La Habana, como un exiliado, no importa que haya estado tan sólo un par de semanas allá. Después de ese atardecer, no volvimos a encontrarnos, pero supe más de ti por tus vecinos (un librero de la Plaza de Armas me lo había comentado antes: todos se enteran de todo). Me contaron, pues, que te ganaste la «lotería» (es decir, una visa a Estados Unidos); que tus padres, Celso y Cecilia, cantantes de ópera, vinieron a México cuando tenías 15 años, y de aquí se fueron a Miami; que en tu departamento guardabas miles de cartas (una exageración, muy común entre los cubanos) y que ninguna de ellas era para ti; que en un tendedero las colgabas (lo que me hizo pensar en el Oliverio de El lado oscuro del corazón) y luego volvías a escribirlas a mano, como Ameliè, feliz por ayudar a la gente: oyendo música clásica mientras copiabas, rescribías, tachabas, arreglabas -corregías tantas veces como hago yo- y susurrabas una carta. Como en los sueños: en blanco y negro, con algunos detalles a color. Te imagino con una lupa en la mano, falsificándolas; escondiendo las cartas entre los libros para devolverlas secretamente a sus travesías. Lo que no puedo creer es que las hayas quemado: un crimen similar a la prohibición de la internet en Cuba (desde el 24 de enero pasado). No sé si sigas viviendo en la isla: ¿cuánto más aguantarás? ¿cuándo se irán todos? ¿te rendirás, tarde o temprano? Ojalá no: los cambios pueden darse desde dentro. Incluso sutilmente, como aquella vez, cuando te reíste de la clase gobernante; es lo que más podría enfurecerlos: saber que sus mentiras causan risa... Ahora creo que les estoy escribiendo a ellos: a los que violan el artículo 289 del Código Penal, buscando en la correspondencia algún mensaje contrarrevolucionario, donde se señale la fecha y el lugar del desembarco. Siento mucho decepcionarlos (incluidos a quienes escuchen esta radiointercepción); tal vez la monotonía de mi voz les suene al tictac de Radio Reloj, pero en realidad es un crucigrama: las letras ocuparán los espacios vacíos una vez que hayan visto el filme dirigido por Juan Carlos Cremata Malberti: Nada más, con la excelente fotografía de Raúl Rodríguez Cabrera... Una silla rota. Un psicólogo de tercera. Un administrador tratando de fabricar perfume casero a su secretaria (¿bromuro y mercurio?). Un raro cartero (no le interesan las cartas, sólo el rock en sus audífonos). Dos mujeres desentonadas (en todos los sentidos), con rasgos sobreactuados (Concha y Cunda). Un caleidoscopio. Un programa científico en televisión contaminado de ortodoxia política. Un apagón. Una persecución caricaturesca. Una postdata. Un sobre sin remitente. Una carta ilegible, casi en blanco. Nadie. Nunca. Nada. No somos nada. Quizá nada más una palabra vertical...
Afectuosamente tuyo,
un maniático corrector de estilo
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