La historia podría empezar el 20 de noviembre de 2009 a las 19 horas: quien haya sintonizado el programa de Briza González en vivo recordará que el invitado de aquella emisión fue Marinho Aguilar. No era la primera ocasión
que el conductor de Todas las músicas del mañana nos visitaba. Y tal como había sucedido
antes, refrendó su agradecimiento a la Institución: el 1600 de AM alojó su
programa Sonidos en el aire. No deja de ser sorprendente para mí que lo
haya declarado como si se tratara de un guión irreflexivo, pues en nuestro
primer aniversario en FM no mostró tal afecto, sino que nos dedicó varios tweets infames.
Yo podría decir lo mismo de
Uni Radio, pero con sinceridad: gracias a que aparece en mi currículo es que
pude entrar a Radio Mexiquense y tuve la fortuna de ser el único integrante de
las plantillas laborales que fundaron ambas frecuencias moduladas: 99.7 en 2007
y 91.7 en 2008. La historia podría
desviarse en este punto, así que vuelvo al día en que Briza me pidió, horas
antes, que seleccionara la música para su programa; canciones versionadas, de
preferencia, solicitó. Ingrata labor: solamente cuatro se escucharon al aire,
lo demás fue plática y en algún momento, como era previsible, mencionaron mi
nombre. Entonces Marinho dijo que era un buen amigo, melómano, y tuvo la
ocurrencia de referirse a mí con una imprecisa palabra, muy a su estilo, es
decir, importada del inglés americano: freak; desde luego, sin la intención de
ofenderme, aunque a Briza no le pareció muy grata la definición.
Estrafalario es una palabra
muy parecida a mi favorita: extraño; el mejor calificativo que pudieran
atribuirme. De hecho, alguien más me lo dijo antes en la que ahora es la
oficina de la subdirección de noticias de Uni Radio: José Luis Cardona Estrada,
primer director de la estación de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Yo no podría alabarlo: por
más que intenté acercarme a él, su paranoia orilló a que prácticamente todos,
tarde o temprano, se alejaran de él con una ruptura de por medio. Nuestra
relación no fue muy distinta a otras: se deterioró hasta que lo más sano fue mi
partida. Lo mismo le ocurrió a él: su salida tuvo como coincidencia el día de
la independencia de 2008. Su gestión, entonces y ahora, me pareció sin sentido;
incluso desde antes de iniciar: un colega suyo en El Colegio Mexiquense me
contó del día en que en el comedor presumió de su nueva designación (curiosa,
además: nombrado por el director de Comunicación Universitaria, y no por el rector)
y, en un ejercicio que dejó al descubierto su inexperiencia, pidió que le
sugirieran cómo hacer una radio universitaria. No tenía ni idea (o, si la
tenía, nunca la llevó a cabo). De principio a fin fue evidente que quien lo
puso al frente se equivocó: quedó claro que ser conductor de un programa de
radio es insuficiente para hacerse cargo de una estación.
No quise irme de Uni Radio
sin señalarlo, por eso anoté cada episodio que ilustraba su ineficacia y
circulé una versión preliminar por correo electrónico a compañeros y amigos.
Recibí un par de comentarios escritos y verbales. Uno de ellos fue
particularmente insistente y se transformó de sugerencia a petición y de ruego
a exigencia: que no hiciera pública mi carta. Que me olvidara de la crítica.
En diciembre de 2008 entré
a trabajar al semanario El Manifiesto. Nunca pensé en publicar ahí las seis páginas del texto
que hoy doy a conocer, dos años después de que debió aparecer en este blog.
Creo que ha pasado el tiempo suficiente para que no haga el daño que tanto
temían hiciera al interior de Uni Radio, por eso lo rescato (aunque ya haya perdido cierta vigencia).
En esta versión pública
solamente suprimo el penúltimo párrafo, donde elogiaba el empeño de quien
Porfirio Hernández identificaba como el «animador principal de Uni Radio» (o un
«narciso», como alguna vez lo calificó Cardona), el mismo que el 1 de febrero
de 2008 me pidió «por la amistad que hasta ahora nos une» desistir de su
publicación. Muchas veces he pensado que seguramente no lo habrían puesto, a
finales de ese mismo año, como director de Uni Radio, cargo que a la fecha
sigue ocupando. No vale la pena guardarlo más en la opacidad: supongo que el amigo que
dijo ser nunca me devolverá el favor.
La historia podría continuar
ese 20 de noviembre de 2009, cuando Briza y Marinho hablaron de algo que no
existe en el valle de Toluca, aunque ellos crean que sí: la radio pública. Pero
esa historia será contada en otra oportunidad. Por ahora saco a la luz este
texto fechado en Metepec, México, el 27
de enero de 2008:
Lic. José Luis Cardona Estrada, director de Uni Radio:
Hace dos mes culminaron los rumores que usted mismo se
encargó de difundir desde octubre pasado, con perniciosa intención, al
comentarle a dos de sus colaboradoras lo que pensaba de mí y el futuro de mi
labor, con la seguridad de que no tardaría en enterarme de sus opiniones,
fueran en tono de amenaza o de advertencia, como sucedió en uno y otro caso.
Que el mediodía del 27 de noviembre me pidiera que dejara el puesto de
fonotecario sólo confirmó su anunciada decisión. Los últimos meses trabajé con
esa sospecha a cuestas, y a pesar de ello avancé en la catalogación del acervo
hasta llegar a los 785 títulos. Cuando supe que la renovación de mi contrato
estaba en duda, decidí que entregaría la totalidad de los prerregistros (ya que
le había enviado un extracto por correo electrónico el 3 de octubre) hasta
conocer el desenlace y concretar el catálogo en línea a través del sistema
bibliotecario de la UAEM (y con ello implementar el etiquetado con código de
barras). Finalmente todo mi esfuerzo fue en vano: las malas noticias llegaron
el último fin de semana de noviembre, cuando me revelaron que le había llamado
a José Miguel Alva Marquina –un farsante como usted, aunque no tan refinado–
para que le recomendara un licenciado en ciencias de la información documental
interesado en la Fonoteca de Uni Radio. De ese modo quedó expuesto su soterrado
propósito de excluirme, en una jugada propia de un político anodino.
Antes de firmar por la tarde la renuncia mal redactada
y con faltas de ortografía que me presentaron, usted me propuso, además de un
arreglo económico y entregar el inventario impreso de la Fonoteca, un pacto de
silencio. Ese mismo día, como era de esperarse, no cumplió con su palabra.
Experto en aparentar magnanimidad, su terso trato pronto desapareció: a los
pocos días siguió validando los chismes y el favoritismo en un ambiente de
trabajo que ha estado permeado por su cerrazón y sus arranques de ira. Con esa misma
aspereza es que debo escribirle, sin ambages, que usted no tiene ninguna
autoridad moral y su honorabilidad es fatua. Mi libertad, en todo caso, no está
a la venta y soy dueño de mis pensamientos. Así pues, deje de fantasear con las
confabulaciones que nunca existieron en su contra.
No mire moros con tranchete: su ofuscación se
convierte en hostigamiento. Debería
saber que la suspicacia no es una virtud: ¿bajo qué sesuda previsión
adelantó la entrega del acervo a mi cargo? Su intempestiva disposición interrumpió
el trabajo que venía realizando, y el 14 de diciembre tuve que entregar a la
Unidad Administrativa todo el material fonográfico que se me confió a lo largo
de 42 semanas: 461 casetes y 21 DVD correspondientes a la cinta testigo; 1515
títulos discográficos (incluidos 19 donados por mí); 23 compilaciones de los
radioescuchas invitados a programar la más variada música de 1 a 2 de la tarde;
36 discos compactos de la media hora estatal; 8 casetes y 11 discos compactos
del Departamento de Producción Cultural Radiofónica de la Dirección de
Desarrollo e Investigación Cultural; 31 discos compactos y 7 DVD del
Departamento de Programación y Continuidad; 24 grabaciones de audio directo; 6
demos; 7 minidiscos y 4 cintas magnéticas de un ¼ de pulgada, así como 33
discos para canje, 80 copias pendientes de procesar y 305 discos completos (en
MP3) almacenados en la computadora que me fue asignada el 19 de febrero de
2007. Es una lástima –y un agravio para la Universidad– que usted desaproveche
la creatividad de quienes hemos contribuido al desarrollo de una radio
alternativa (la cual, desgraciadamente, ha sido saboteada desde su puesto como
director).
En ese tenor, Memoria pop dedicaba dos horas
semanales a la música en español de los años ochenta y noventa: ahí programé,
del 6 de marzo al 15 de julio, 435 canciones (compiladas en 27 discos compactos
donados el 8 de noviembre) que no obedecieron a fórmula comercial alguna ni
pretendieron sonar a ninguna otra estación; su único propósito fue la búsqueda
en otras latitudes y otros géneros que se emparentaran con el rock
latinoamericano. Con una exigencia autoimpuesta, no me conformé con lo que
tenía a la mano ni con lo que conocía, siempre quise ir más allá: a una
propuesta sonora que no tuviera parecido en nuestra región o en nuestro pasado
inmediato, y que se apreciara la música por su calidad. Intentar hacer una
radio distinta me tomó tiempo extra: pasé fines de semana enteros oyendo
cientos de canciones para cubrir mis horas de programación. Inexplicablemente,
sin previo aviso y sin que se me consultara, el tiempo del programa se redujo y
cambió de día; un indicio más de que la música independiente estaba condenada a
desaparecer y que el rock en español sería reducido y sustituido por el lugar
común, lo cual no dejo de lamentar profundamente. En este recuento cabe
resaltar su silencio y la indiferencia que mostró a las tres propuestas de
programas semanales que presenté el 12 de noviembre: La rebelión de los
colgados (rock en español de las últimas tres décadas), Tornamesa
(una selección de la discografía completa de 56 intérpretes representativos de
la música internacional) y Radiotaxi (una radionovela).
A partir de estas meditaciones aprovecho para
contestar su oficio 119/07 del 6 de noviembre, el cual ya mostraba, más que
razonamientos, una condensación de su personalidad y su conducta tendiente al
enmascaramiento y las artimañas. No deja de llamar la atención que en él
concluyera que mi oficio anterior, fechado el 19 de octubre, no daba respuesta
a sus planteamientos. Nada más falso. Si no le quedó claro entonces, lo repito
nuevamente: rechazo los calificativos a mi persona y mi trabajo. Esa era, y no
otra, su pretensión: descalificarme. Nunca aceptó la crítica y no escuchó a
quien no contaba con su simpatía. Peor aún: asumió la actitud de un déspota –no
podría llamarse de otra forma– al no tolerar ningún punto de vista, bajo la
premisa de que «no le ha sido solicitado». Ese no es el espíritu de un
universitario que cree en la igualdad, y su negativa sólo es el reflejo de sus
inseguridades. Bajo esa lógica, tampoco sorprende el modo injusto con que
repartió culpas en su escrito: ahora resulta que, sin intervenir en el copiado
de discos a Dalet –iniciado en mayo–, fui el responsable de que el avance fuera
tan sólo del diez por ciento, cuando lo único que me correspondía era
suministrar los títulos, de diez en diez de común acuerdo con la encargada del
despacho, regulado a su vez por el ritmo en que eran devueltos los discos
entregados. A propósito: debo mencionar el hecho de que, desde el mes de
octubre, contraviniendo a lo asentado en su oficio 78/07 del 15 de agosto,
dejaron de solicitarme discos para su descarga en el software Dalet y de
consultarme para uniformar los criterios de clasificación.
Reitero que la Fonoteca fue marginada desde que se le
situó en el organigrama como dependiente de un departamento, lugar inmerecido
–dado los servicios que brinda– como usted mismo reconoció el 20 de abril,
cuando aprobó que fuera un área sujeta a la Subdirección de Radio. El fallo
duró, sin mayores explicaciones, hasta el 31 de mayo, y desde entonces
prevaleció una situación desgastante caracterizada por sus fallas: sólo así se
puede aludir a su cometido de no tomarme en cuenta y desentenderse de sus
desaciertos. Considerar que el acceso al acervo no debía ser restringido es un
ejemplo de su autocracia: aún sabiendo que yo no estaba de acuerdo con el uso
de los duplicados de la llave de entrada a la Fonoteca, el indebido
procedimiento se llevó a cabo como si fuera una norma, en lugar de establecer
la estantería cerrada como nuestro esquema de préstamo, quebrantando así la
autoridad que me delegaba. La falta de planeación, además, provocó una
separación inadmisible: nadie puede asumir la custodia si no tiene el
repositorio a la vista. Suena obvio, pero no fui yo quien decidió cuál sería el
espacio físico para resguardar los discos compactos (acomodados en orden
alfabético desde febrero y trasladados en junio al archivo móvil, una vez
armado). La sugerencia que le hice en octubre para reubicarlos fue descartada
con el arrebato de un acto reflejo: exculpándose de los imperativos que le
conciernen. Es usted quien debe garantizar que las condiciones de temperatura
deban mantenerse entre los 18 y 24 grados centígrados y un rango de humedad
relativa de 45 a 55 por ciento (¿por qué no me lo preguntó, siendo yo el
especialista? ¿por qué consultar, como suele hacerlo, al operador Gaudencio
Montes, para conseguir una respuesta que él ignora? ¿por qué prefiere recurrir
a la opinión de los delatores y no a la de quienes conocen del tema?).
Finalmente, el 27 de noviembre, los discos fueron colocados en la bodega y
quienes lo hicieron (entre ellos, Liliana Hernández, supuestamente como parte
de sus prácticas profesionales) desbarataron el orden que guardaban las clases
principales, según el reacomodo físico que hice el 15 de noviembre. Su mandato
aprovechó mi señalamiento para revertirlo en mi contra, ya que no se me dio la
llave de entrada al lugar, perdiendo así el control total del acervo. Volver a
empezar: eso fue lo que quiso; partir de cero, aunque hubiera un trabajo
previo.
Es evidente que su
repentino «interés» y sus severos prejuicios tuvieron el propósito de
justificar el asedio y el grado de hostilidad del que fui objeto: del 16 de
agosto al 23 de noviembre informé sobre mis actividades, circunstancia única,
pues nadie más lo hacía diariamente, y en todo caso lo adecuado sería una vez a
la semana. De nada sirvió: el 13 de septiembre notifiqué la designación de la
clasificación decimal como Toluca-Metepec, lo que invalida su
observación de que era la primera noticia que recibía al respecto o que
reportaba parcialmente a la jefatura del departamento. A esa falta de
comunicación y desinterés me refería con anterioridad: los informes, como ha quedado
demostrado, no fueron leídos (o no se enteró usted de su contenido: por
decisión suya, desde el 11 de septiembre los reportes diarios fueron entregados
directamente a la encargada del departamento).
Por otro lado, sigue sin
haber razón alguna para que defienda mi propuesta de clasificación, y no
por ello incurrí en «desobediencia explícita»: el 4 de julio le expuse –además de mis funciones,
luego censuradas por usted– que el modelo está basado en la clasificación
francesa, es decir, en la clasificación sonora de la Discothèque des Halles
de la Bibliothèque de la Ville de Paris, y las adaptaciones de la Asociación
Andaluza de Bibliotecarios, la Biblioteca Regional de Murcia y la Fonoteca de
Alicante; hay, pues, una continuidad del trabajo bibliotecológico desarrollado
en Europa, con la ventaja de que esta versión fue actualizada y se adecuó a las
fonotecas radiofónicas. Más importante aún: la tabla general nunca fue
desechada y, por el contrario, su práctica es vigente. Así pues, no se trata de
una propuesta: desde que fue aprobada –luego de consultarlo con usted y otros
seis integrantes de Uni Radio, entre ellos la prestadora de servicio social
Gabriela Zendejas, reconocida colaboradora de La Mosca en La Pared– se
convirtió en nuestra clasificación y sinceramente dudo que usted sea capaz de
proponer una mejor (recordemos aquí su pretensión de reducir arbitrariamente
los géneros musicales a un número mínimo, a todas luces insuficiente). Y aunque
el manejo de la clasificación es una función exclusiva del fonotecario, hay
constancia escrita de que colaboré en su comprensión: el 11 de octubre sugerí
cómo debía integrarse la audioteca a cargo del Departamento de Programación y
Continuidad, y el 12 de noviembre entregué las tablas auxiliares tal como
estaban conformadas hasta ese momento. Debo decir, además, que no fue esta la
primera vez que ideé una clasificación local: el centro de documentación del
Instituto Hacendario del Estado de México utiliza, desde el 2004, la que diseñé
para su acervo especializado.
Clasificar y catalogar no
son lo mismo, y tampoco basta que se comprendan conceptos bibliotecológicos
para ser fonotecario (conceptos tan elementales como usuario o estantería cerrada). Los procesos técnicos, el
desarrollo de colecciones, los niveles de descripción o los lenguajes
documentales son conocimientos especializados que poseo, pero no servirían de
nada en una fonoteca si no contara con una cultura musical que cultivé fuera
del aula, en un espacio que no contempla ningún currículo: como público espectador
y radioescucha crítico. Fue gracias a este perfil que me encomendaron la
Fonoteca de Uni Radio.
El asunto de mi situación
académica es una de sus mayores contradicciones: nunca me lo preguntó; fui yo
quien habló con usted sobre el particular y no expresó ningún problema al
respecto. Es más, mi contrato fue renovado en mayo sin objeción alguna. En mi
caso, fui entrevistado por usted y los dos subdirectores el 26 de enero de
2007, y no era el único candidato para la plaza de fonotecario. La aprobación de
la plantilla laboral y los puestos –incluso los «provisionales» lugares de
trabajo– fueron decisiones suyas que no puede eludir. Nadie le impuso nada. El
que luego opinara lo contrario sólo podría explicarse por los vaivenes de su
humor y es por demás lamentable que se erigiera en paladín de la dignidad
humana y al mismo tiempo denigrara a las personas por carecer de un título
universitario. Parece que leer a Gabriel Zaid –como presume que lo hace desde
1976– no ha tenido ninguna repercusión en su intelecto y que las críticas del
escritor regiomontano a las oligarquías universitarias son pasajes
ininteligibles para usted. Si fuera congruente, ya les habría exigido la
obtención del grado profesional a quienes forman parte de su círculo de
confianza (¿no es una irregularidad más que desde el 9 de mayo la jefatura de
Programación y Continuidad esté ocupaba por una pasante de licenciatura?). La
disparidad de su reproche le resta autoridad, sobre todo si en una entrevista
radiofónica, como la que le hizo a mi amigo el poeta Alfonso Sánchez Arteche,
se presenta falsamente humilde frente a quien no necesitó de una licenciatura
para escribir como historiador (conviene rescatar lo que usted escribió en el
sitio web de Letras Libres, en noviembre de 2006, donde se hizo
un retrato de sí mismo: ahí confesó su «precaria formación, la verdad sea
dicha, por limitaciones propias»). Curioso también que hablara
de «respeto a la línea de mando», precisamente usted que la vulneró: en
deliberaciones que incumbían a los subdirectores, la ausencia de ambos entre
los convocados a las reuniones contrastaba con la presencia de su secretaria
(que no asistente del director). Un suceso más ilustra la inconsistencia de sus
declaraciones: el 9 de octubre informé que, en beneficio del prestigio de
nuestra Universidad y derivado de mi experiencia y mis reflexiones, había
comenzado a esbozar un manual para fonotecas radiofónicas, sin que se me
hubiera dado ninguna contraindicación o pedido una aclaración oportunamente. La
iniciativa –que elaboraré por mi cuenta– coincidía con el ofrecimiento que
usted nos hizo en la reunión general del 20 de abril y que plasmé el 25 de mayo
en mi carta de motivos para ingresar al diplomado en documentación sonora y
audiovisual: «fomentar el crecimiento de los trabajadores como personas y como
profesionales». Como es habitual en usted, su disposición era simulada y no se
cumpliría realmente. Por cierto, cabe recordar aquí su burda maniobra para que
dejara de asistir al Centro de Entrenamiento de Televisión Educativa: un buen
día dijo desconocer quién me lo había autorizado. ¿Lo olvidó? En un papel con
las fechas, los horarios y los módulos del diplomado estaba la respuesta; donde
con su puño y letra anotó: «permiso concedido»; que lo desautorizara el 6 de
noviembre solamente verifica la falsedad de sus palabras (idénticas a las que
deshonraron su compromiso de solventar los gastos de traslado al DF con cargo a
la UAEM, costo bisemanal que yo mismo comencé a cubrir desde julio). Con esa
suspensión se perdió también, en perjuicio de la Universidad y su
radiodifusora, la oportunidad de participar en un organismo tan importante como
lo es el Comité Técnico de Normalización Nacional de Documentación (Cotenndoc),
a la que acudí por iniciativa propia para inscribir a la Fonoteca de XHUAX-FM
99.7. Ello da pie a un tema crucial: los trámites y las gestiones que usted,
deliberadamente o por negligencia, incumplió: desde el 23 de marzo no envió el
nombramiento del vocal titular al Cotenndoc; desde el 22 de junio no se
establecieron las normas esenciales para el uso de la fonoteca; desde el 19 de
septiembre no solicitó la incorporación del acervo fonográfico al sistema
bibliotecario de la UAEM; y lo más grave de todo, desde el mes de junio se
anunciaron modificaciones a la barra de programación, incertidumbre que afectó
negativamente el ambiente de trabajo, y que hasta la fecha no se han
instrumentado por una obvia razón: en doce meses, su desempeño ha sido
insatisfactorio y hay información suficiente de que usted no está preparado
para ocupar el puesto de director.
Hablar de efectuar cambios
de manera escalonada fue un eufemismo que intentaba ocultar su falta de
confianza en el personal de Uni Radio (particularmente en el talento
–vedetismo, diría usted– de los dos productores; un desperdicio, sin lugar a
dudas, que uno de esos puestos esté vacante desde agosto); la mayoría fue
excluida y el hermetismo con que manejó el asunto fue absurdo y transgredió uno
de los objetivos generales de calidad que se propuso la UAEM: «ser una institución
transparente que trabaje mejor y con mayor eficiencia». Si hay alguien que se
ha aislado al creer que todos están en su contra, es usted. Es preocupante,
igualmente, que a la fecha hayamos salido nueve servidores universitarios
(cuatro despidos –dos de ellos, demandas laborales perdidas por la UAEM– y
cuatro renuncias, sin contar los tres que finalmente no fueron contratados).
Todo apunta a que algo anda mal en la dirección. El noveno caso es una muestra
más de cómo oculta información: nunca fue aclarado el motivo de la salida de
José Luis Herrera Arciniega, una irregularidad que necesita transparencia y un
alto a su sectarismo: el que se dice programa de la Facultad de Humanidades
(transmitido los martes de 19 a 20 horas), no es del organismo académico,
tampoco de sus cinco licenciaturas, es más, ni siquiera lo es de Letras; es el
programa de los amigos del productor, el mismo que, siendo jefe de Producción,
asumió indebidamente las funciones de programación musical, desmantelando así
la identidad de Uni Radio, retrotrayéndola al sonido de hace veinte años o más.
Por fortuna, no fue contratado como subdirector: frustrada su estancia en
Italia, a su regreso sólo pudo ofrecerle la jefatura de un departamento, y en
los dos meses que estuvo al frente su gallo giro prácticamente no aportó
nada creativo, dedicado más a escribir que a la producción radiofónica, por lo
que es cierta la afirmación de que la jefatura quedó acéfala desde abril,
circunstancia gravísima para el debido funcionamiento de una estación de radio.
(Por desgracia, usted comete los mismos errores: quien reemplace –¡seis meses
después!– a su amigo –a quien le agradecemos que Uni Radio no tenga una
página web– será alguien que usted conoce muy bien, pues fue su
coordinadora de información en la Gaceta de El Colegio Mexiquense desde
el 2003: Marlem Núñez Peñaflor, productora del programa radiofónico de la misma
asociación civil hasta hace unos días, «una recomendada del licenciado Ricardo
Joya», según andaba usted diciendo... Ridículo, cómo inventa un distorsionado
espejismo de la realidad.)
A una radiodifusora
cultural y educativa como la nuestra le urge definir una, subrayo, inequívoca
política de programación musical y tender sus vínculos a la reflexión académica
y la investigación científica. Esas metas, sin embargo, no podrán conseguirse
humillando perversamente en público a sus empleados, como lo ha hecho en
diversas ocasiones, o amenazando con cesar a todos los integrantes de la
Subdirección de Noticias, como sucedió el 31 de mayo de 2007. En ese sentido,
es claro que sus constantes contradicciones han suscitado una atmósfera de
desconcierto y desánimo que usted ha preferido profundizar favoreciendo a sus
allegados y alentando una tensión mimetizada en la más lograda copia de su
maltrato: la jefa de Programación y Continuidad aprendió rápidamente a ser
igual que usted: ninguno de los dos asume responsabilidad alguna y suelen
justificar una y otra vez su ineptitud. Ello ha contribuido a que su
credibilidad sea exigua, sobre todo cuando se atreve a mentir en público: en la
reunión del 26 de octubre increíblemente volvió a hacerlo como el día anterior:
en la presentación de los cambios a la barra programática, frente al director
de Comunicación Universitaria –de quien ha dicho que es «muy aprensivo»–, habló
de un consenso alcanzado luego de consultar las opiniones de todos, sabiendo
que el acuerdo contemplaba sólo a una minoría. Fue temerario, sin lugar a
dudas; si ese día portó una máscara de adulador y en privado dice contener los
embates de las autoridades universitarias que pretenden usar a Uni Radio como
un instrumento de sus intereses, ¿qué pensará en realidad y qué le dirá a esos
mismos funcionarios del personal a su cargo? ¿a quién le echará ahora la culpa
de que la estación no vaya a ninguna parte, sino a la ruina?
La UAEM no puede permitir
que la injusticia la desprestigie y que en su nombre se dé cauce a las
irregularidades: en la última semana de noviembre una cuarta parte del personal
de Uni Radio no tuvo otra opción que firmar contratos por dos meses. No se
trató de un error administrativo, como alguien se atrevió a decir; su intención
es innegable: desemplear, sin ningún argumento para ello. Es hora de que impere
la verdad y hacerla pública: una vez fuera de Uni Radio, ejerceré mis derechos
ciudadanos y accederé a la información pública gubernamental, y desde El Manifiesto –un semanario que en el
pasado ha sido elogiado por usted– escribiré como periodista independiente,
aquel que usted nunca ha sido: el oficialismo es su estilo de vida (y ya
sabemos lo que eso puede implicar: malversación de fondos). Algo más nos
distingue: yo no pertenezco a ningún grupo y no cumplo más órdenes que las
dictadas por mi conciencia. Usted, en cambio, cree que vivir fuera del
presupuesto es vivir en el error –como reza la máxima de César Garizurieta– y
cumplir con esa regla es su única aspiración; no le interesan la dignidad ni
las necesidades de Uni Radio. La gente debe saberlo. Ahora no será a mí a quien
tenga que responder. ¿Quién convalidó todo lo que hizo para convertir a Uni
Radio en una gran decepción?
Sinceramente
Patria, ciencia y trabajo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario