miércoles, 27 de enero de 2010

Una puerta cerrada: Uni Radio

La historia podría empezar el 20 de noviembre de 2009 a las 19 horas: quien haya sintonizado el programa de Briza González en vivo recordará que el invitado de aquella emisión fue Marinho Aguilar. No era la primera ocasión que el conductor de Todas las músicas del mañana nos visitaba. Y tal como había sucedido antes, refrendó su agradecimiento a la Institución: el 1600 de AM alojó su programa Sonidos en el aire. No deja de ser sorprendente para mí que lo haya declarado como si se tratara de un guión irreflexivo, pues en nuestro primer aniversario en FM no mostró tal afecto, sino que nos dedicó varios tweets infames.
Yo podría decir lo mismo de Uni Radio, pero con sinceridad: gracias a que aparece en mi currículo es que pude entrar a Radio Mexiquense y tuve la fortuna de ser el único integrante de las plantillas laborales que fundaron ambas frecuencias moduladas: 99.7 en 2007 y 91.7 en 2008. La historia podría desviarse en este punto, así que vuelvo al día en que Briza me pidió, horas antes, que seleccionara la música para su programa; canciones versionadas, de preferencia, solicitó. Ingrata labor: solamente cuatro se escucharon al aire, lo demás fue plática y en algún momento, como era previsible, mencionaron mi nombre. Entonces Marinho dijo que era un buen amigo, melómano, y tuvo la ocurrencia de referirse a mí con una imprecisa palabra, muy a su estilo, es decir, importada del inglés americano: freak; desde luego, sin la intención de ofenderme, aunque a Briza no le pareció muy grata la definición.
Estrafalario es una palabra muy parecida a mi favorita: extraño; el mejor calificativo que pudieran atribuirme. De hecho, alguien más me lo dijo antes en la que ahora es la oficina de la subdirección de noticias de Uni Radio: José Luis Cardona Estrada, primer director de la estación de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Yo no podría alabarlo: por más que intenté acercarme a él, su paranoia orilló a que prácticamente todos, tarde o temprano, se alejaran de él con una ruptura de por medio. Nuestra relación no fue muy distinta a otras: se deterioró hasta que lo más sano fue mi partida. Lo mismo le ocurrió a él: su salida tuvo como coincidencia el día de la independencia de 2008. Su gestión, entonces y ahora, me pareció sin sentido; incluso desde antes de iniciar: un colega suyo en El Colegio Mexiquense me contó del día en que en el comedor presumió de su nueva designación (curiosa, además: nombrado por el director de Comunicación Universitaria, y no por el rector) y, en un ejercicio que dejó al descubierto su inexperiencia, pidió que le sugirieran cómo hacer una radio universitaria. No tenía ni idea (o, si la tenía, nunca la llevó a cabo). De principio a fin fue evidente que quien lo puso al frente se equivocó: quedó claro que ser conductor de un programa de radio es insuficiente para hacerse cargo de una estación.
No quise irme de Uni Radio sin señalarlo, por eso anoté cada episodio que ilustraba su ineficacia y circulé una versión preliminar por correo electrónico a compañeros y amigos. Recibí un par de comentarios escritos y verbales. Uno de ellos fue particularmente insistente y se transformó de sugerencia a petición y de ruego a exigencia: que no hiciera pública mi carta. Que me olvidara de la crítica.
En diciembre de 2008 entré a trabajar al semanario El Manifiesto. Nunca pensé en publicar ahí las seis páginas del texto que hoy doy a conocer, dos años después de que debió aparecer en este blog. Creo que ha pasado el tiempo suficiente para que no haga el daño que tanto temían hiciera al interior de Uni Radio, por eso lo rescato (aunque ya haya perdido cierta vigencia).
En esta versión pública solamente suprimo el penúltimo párrafo, donde elogiaba el empeño de quien Porfirio Hernández identificaba como el «animador principal de Uni Radio» (o un «narciso», como alguna vez lo calificó Cardona), el mismo que el 1 de febrero de 2008 me pidió «por la amistad que hasta ahora nos une» desistir de su publicación. Muchas veces he pensado que seguramente no lo habrían puesto, a finales de ese mismo año, como director de Uni Radio, cargo que a la fecha sigue ocupando. No vale la pena guardarlo más en la opacidad: supongo que el amigo que dijo ser nunca me devolverá el favor.
La historia podría continuar ese 20 de noviembre de 2009, cuando Briza y Marinho hablaron de algo que no existe en el valle de Toluca, aunque ellos crean que sí: la radio pública. Pero esa historia será contada en otra oportunidad. Por ahora saco a la luz este texto fechado en Metepec, México, el 27 de enero de 2008:

Lic. José Luis Cardona Estrada, director de Uni Radio:
Hace dos mes culminaron los rumores que usted mismo se encargó de difundir desde octubre pasado, con perniciosa intención, al comentarle a dos de sus colaboradoras lo que pensaba de mí y el futuro de mi labor, con la seguridad de que no tardaría en enterarme de sus opiniones, fueran en tono de amenaza o de advertencia, como sucedió en uno y otro caso. Que el mediodía del 27 de noviembre me pidiera que dejara el puesto de fonotecario sólo confirmó su anunciada decisión. Los últimos meses trabajé con esa sospecha a cuestas, y a pesar de ello avancé en la catalogación del acervo hasta llegar a los 785 títulos. Cuando supe que la renovación de mi contrato estaba en duda, decidí que entregaría la totalidad de los prerregistros (ya que le había enviado un extracto por correo electrónico el 3 de octubre) hasta conocer el desenlace y concretar el catálogo en línea a través del sistema bibliotecario de la UAEM (y con ello implementar el etiquetado con código de barras). Finalmente todo mi esfuerzo fue en vano: las malas noticias llegaron el último fin de semana de noviembre, cuando me revelaron que le había llamado a José Miguel Alva Marquina –un farsante como usted, aunque no tan refinado– para que le recomendara un licenciado en ciencias de la información documental interesado en la Fonoteca de Uni Radio. De ese modo quedó expuesto su soterrado propósito de excluirme, en una jugada propia de un político anodino.
Antes de firmar por la tarde la renuncia mal redactada y con faltas de ortografía que me presentaron, usted me propuso, además de un arreglo económico y entregar el inventario impreso de la Fonoteca, un pacto de silencio. Ese mismo día, como era de esperarse, no cumplió con su palabra. Experto en aparentar magnanimidad, su terso trato pronto desapareció: a los pocos días siguió validando los chismes y el favoritismo en un ambiente de trabajo que ha estado permeado por su cerrazón y sus arranques de ira. Con esa misma aspereza es que debo escribirle, sin ambages, que usted no tiene ninguna autoridad moral y su honorabilidad es fatua. Mi libertad, en todo caso, no está a la venta y soy dueño de mis pensamientos. Así pues, deje de fantasear con las confabulaciones que nunca existieron en su contra.
No mire moros con tranchete: su ofuscación se convierte en hostigamiento. Debería saber que la suspicacia no es una virtud: ¿bajo qué sesuda previsión adelantó la entrega del acervo a mi cargo? Su intempestiva disposición interrumpió el trabajo que venía realizando, y el 14 de diciembre tuve que entregar a la Unidad Administrativa todo el material fonográfico que se me confió a lo largo de 42 semanas: 461 casetes y 21 DVD correspondientes a la cinta testigo; 1515 títulos discográficos (incluidos 19 donados por mí); 23 compilaciones de los radioescuchas invitados a programar la más variada música de 1 a 2 de la tarde; 36 discos compactos de la media hora estatal; 8 casetes y 11 discos compactos del Departamento de Producción Cultural Radiofónica de la Dirección de Desarrollo e Investigación Cultural; 31 discos compactos y 7 DVD del Departamento de Programación y Continuidad; 24 grabaciones de audio directo; 6 demos; 7 minidiscos y 4 cintas magnéticas de un ¼ de pulgada, así como 33 discos para canje, 80 copias pendientes de procesar y 305 discos completos (en MP3) almacenados en la computadora que me fue asignada el 19 de febrero de 2007. Es una lástima –y un agravio para la Universidad– que usted desaproveche la creatividad de quienes hemos contribuido al desarrollo de una radio alternativa (la cual, desgraciadamente, ha sido saboteada desde su puesto como director).
En ese tenor, Memoria pop dedicaba dos horas semanales a la música en español de los años ochenta y noventa: ahí programé, del 6 de marzo al 15 de julio, 435 canciones (compiladas en 27 discos compactos donados el 8 de noviembre) que no obedecieron a fórmula comercial alguna ni pretendieron sonar a ninguna otra estación; su único propósito fue la búsqueda en otras latitudes y otros géneros que se emparentaran con el rock latinoamericano. Con una exigencia autoimpuesta, no me conformé con lo que tenía a la mano ni con lo que conocía, siempre quise ir más allá: a una propuesta sonora que no tuviera parecido en nuestra región o en nuestro pasado inmediato, y que se apreciara la música por su calidad. Intentar hacer una radio distinta me tomó tiempo extra: pasé fines de semana enteros oyendo cientos de canciones para cubrir mis horas de programación. Inexplicablemente, sin previo aviso y sin que se me consultara, el tiempo del programa se redujo y cambió de día; un indicio más de que la música independiente estaba condenada a desaparecer y que el rock en español sería reducido y sustituido por el lugar común, lo cual no dejo de lamentar profundamente. En este recuento cabe resaltar su silencio y la indiferencia que mostró a las tres propuestas de programas semanales que presenté el 12 de noviembre: La rebelión de los colgados (rock en español de las últimas tres décadas), Tornamesa (una selección de la discografía completa de 56 intérpretes representativos de la música internacional) y Radiotaxi (una radionovela).
A partir de estas meditaciones aprovecho para contestar su oficio 119/07 del 6 de noviembre, el cual ya mostraba, más que razonamientos, una condensación de su personalidad y su conducta tendiente al enmascaramiento y las artimañas. No deja de llamar la atención que en él concluyera que mi oficio anterior, fechado el 19 de octubre, no daba respuesta a sus planteamientos. Nada más falso. Si no le quedó claro entonces, lo repito nuevamente: rechazo los calificativos a mi persona y mi trabajo. Esa era, y no otra, su pretensión: descalificarme. Nunca aceptó la crítica y no escuchó a quien no contaba con su simpatía. Peor aún: asumió la actitud de un déspota –no podría llamarse de otra forma– al no tolerar ningún punto de vista, bajo la premisa de que «no le ha sido solicitado». Ese no es el espíritu de un universitario que cree en la igualdad, y su negativa sólo es el reflejo de sus inseguridades. Bajo esa lógica, tampoco sorprende el modo injusto con que repartió culpas en su escrito: ahora resulta que, sin intervenir en el copiado de discos a Dalet –iniciado en mayo–, fui el responsable de que el avance fuera tan sólo del diez por ciento, cuando lo único que me correspondía era suministrar los títulos, de diez en diez de común acuerdo con la encargada del despacho, regulado a su vez por el ritmo en que eran devueltos los discos entregados. A propósito: debo mencionar el hecho de que, desde el mes de octubre, contraviniendo a lo asentado en su oficio 78/07 del 15 de agosto, dejaron de solicitarme discos para su descarga en el software Dalet y de consultarme para uniformar los criterios de clasificación.
Reitero que la Fonoteca fue marginada desde que se le situó en el organigrama como dependiente de un departamento, lugar inmerecido –dado los servicios que brinda– como usted mismo reconoció el 20 de abril, cuando aprobó que fuera un área sujeta a la Subdirección de Radio. El fallo duró, sin mayores explicaciones, hasta el 31 de mayo, y desde entonces prevaleció una situación desgastante caracterizada por sus fallas: sólo así se puede aludir a su cometido de no tomarme en cuenta y desentenderse de sus desaciertos. Considerar que el acceso al acervo no debía ser restringido es un ejemplo de su autocracia: aún sabiendo que yo no estaba de acuerdo con el uso de los duplicados de la llave de entrada a la Fonoteca, el indebido procedimiento se llevó a cabo como si fuera una norma, en lugar de establecer la estantería cerrada como nuestro esquema de préstamo, quebrantando así la autoridad que me delegaba. La falta de planeación, además, provocó una separación inadmisible: nadie puede asumir la custodia si no tiene el repositorio a la vista. Suena obvio, pero no fui yo quien decidió cuál sería el espacio físico para resguardar los discos compactos (acomodados en orden alfabético desde febrero y trasladados en junio al archivo móvil, una vez armado). La sugerencia que le hice en octubre para reubicarlos fue descartada con el arrebato de un acto reflejo: exculpándose de los imperativos que le conciernen. Es usted quien debe garantizar que las condiciones de temperatura deban mantenerse entre los 18 y 24 grados centígrados y un rango de humedad relativa de 45 a 55 por ciento (¿por qué no me lo preguntó, siendo yo el especialista? ¿por qué consultar, como suele hacerlo, al operador Gaudencio Montes, para conseguir una respuesta que él ignora? ¿por qué prefiere recurrir a la opinión de los delatores y no a la de quienes conocen del tema?). Finalmente, el 27 de noviembre, los discos fueron colocados en la bodega y quienes lo hicieron (entre ellos, Liliana Hernández, supuestamente como parte de sus prácticas profesionales) desbarataron el orden que guardaban las clases principales, según el reacomodo físico que hice el 15 de noviembre. Su mandato aprovechó mi señalamiento para revertirlo en mi contra, ya que no se me dio la llave de entrada al lugar, perdiendo así el control total del acervo. Volver a empezar: eso fue lo que quiso; partir de cero, aunque hubiera un trabajo previo.
Es evidente que su repentino «interés» y sus severos prejuicios tuvieron el propósito de justificar el asedio y el grado de hostilidad del que fui objeto: del 16 de agosto al 23 de noviembre informé sobre mis actividades, circunstancia única, pues nadie más lo hacía diariamente, y en todo caso lo adecuado sería una vez a la semana. De nada sirvió: el 13 de septiembre notifiqué la designación de la clasificación decimal como Toluca-Metepec, lo que invalida su observación de que era la primera noticia que recibía al respecto o que reportaba parcialmente a la jefatura del departamento. A esa falta de comunicación y desinterés me refería con anterioridad: los informes, como ha quedado demostrado, no fueron leídos (o no se enteró usted de su contenido: por decisión suya, desde el 11 de septiembre los reportes diarios fueron entregados directamente a la encargada del departamento).
Por otro lado, sigue sin haber razón alguna para que defienda mi propuesta de clasificación, y no por ello incurrí en «desobediencia explícita»: el 4 de julio le expuse –además de mis funciones, luego censuradas por usted– que el modelo está basado en la clasificación francesa, es decir, en la clasificación sonora de la Discothèque des Halles de la Bibliothèque de la Ville de Paris, y las adaptaciones de la Asociación Andaluza de Bibliotecarios, la Biblioteca Regional de Murcia y la Fonoteca de Alicante; hay, pues, una continuidad del trabajo bibliotecológico desarrollado en Europa, con la ventaja de que esta versión fue actualizada y se adecuó a las fonotecas radiofónicas. Más importante aún: la tabla general nunca fue desechada y, por el contrario, su práctica es vigente. Así pues, no se trata de una propuesta: desde que fue aprobada –luego de consultarlo con usted y otros seis integrantes de Uni Radio, entre ellos la prestadora de servicio social Gabriela Zendejas, reconocida colaboradora de La Mosca en La Pared– se convirtió en nuestra clasificación y sinceramente dudo que usted sea capaz de proponer una mejor (recordemos aquí su pretensión de reducir arbitrariamente los géneros musicales a un número mínimo, a todas luces insuficiente). Y aunque el manejo de la clasificación es una función exclusiva del fonotecario, hay constancia escrita de que colaboré en su comprensión: el 11 de octubre sugerí cómo debía integrarse la audioteca a cargo del Departamento de Programación y Continuidad, y el 12 de noviembre entregué las tablas auxiliares tal como estaban conformadas hasta ese momento. Debo decir, además, que no fue esta la primera vez que ideé una clasificación local: el centro de documentación del Instituto Hacendario del Estado de México utiliza, desde el 2004, la que diseñé para su acervo especializado.
Clasificar y catalogar no son lo mismo, y tampoco basta que se comprendan conceptos bibliotecológicos para ser fonotecario (conceptos tan elementales como usuario o estantería cerrada). Los procesos técnicos, el desarrollo de colecciones, los niveles de descripción o los lenguajes documentales son conocimientos especializados que poseo, pero no servirían de nada en una fonoteca si no contara con una cultura musical que cultivé fuera del aula, en un espacio que no contempla ningún currículo: como público espectador y radioescucha crítico. Fue gracias a este perfil que me encomendaron la Fonoteca de Uni Radio.
El asunto de mi situación académica es una de sus mayores contradicciones: nunca me lo preguntó; fui yo quien habló con usted sobre el particular y no expresó ningún problema al respecto. Es más, mi contrato fue renovado en mayo sin objeción alguna. En mi caso, fui entrevistado por usted y los dos subdirectores el 26 de enero de 2007, y no era el único candidato para la plaza de fonotecario. La aprobación de la plantilla laboral y los puestos –incluso los «provisionales» lugares de trabajo– fueron decisiones suyas que no puede eludir. Nadie le impuso nada. El que luego opinara lo contrario sólo podría explicarse por los vaivenes de su humor y es por demás lamentable que se erigiera en paladín de la dignidad humana y al mismo tiempo denigrara a las personas por carecer de un título universitario. Parece que leer a Gabriel Zaid –como presume que lo hace desde 1976– no ha tenido ninguna repercusión en su intelecto y que las críticas del escritor regiomontano a las oligarquías universitarias son pasajes ininteligibles para usted. Si fuera congruente, ya les habría exigido la obtención del grado profesional a quienes forman parte de su círculo de confianza (¿no es una irregularidad más que desde el 9 de mayo la jefatura de Programación y Continuidad esté ocupaba por una pasante de licenciatura?). La disparidad de su reproche le resta autoridad, sobre todo si en una entrevista radiofónica, como la que le hizo a mi amigo el poeta Alfonso Sánchez Arteche, se presenta falsamente humilde frente a quien no necesitó de una licenciatura para escribir como historiador (conviene rescatar lo que usted escribió en el sitio web de Letras Libres, en noviembre de 2006, donde se hizo un retrato de sí mismo: ahí confesó su «precaria formación, la verdad sea dicha, por limitaciones propias»). Curioso también que hablara de «respeto a la línea de mando», precisamente usted que la vulneró: en deliberaciones que incumbían a los subdirectores, la ausencia de ambos entre los convocados a las reuniones contrastaba con la presencia de su secretaria (que no asistente del director). Un suceso más ilustra la inconsistencia de sus declaraciones: el 9 de octubre informé que, en beneficio del prestigio de nuestra Universidad y derivado de mi experiencia y mis reflexiones, había comenzado a esbozar un manual para fonotecas radiofónicas, sin que se me hubiera dado ninguna contraindicación o pedido una aclaración oportunamente. La iniciativa –que elaboraré por mi cuenta– coincidía con el ofrecimiento que usted nos hizo en la reunión general del 20 de abril y que plasmé el 25 de mayo en mi carta de motivos para ingresar al diplomado en documentación sonora y audiovisual: «fomentar el crecimiento de los trabajadores como personas y como profesionales». Como es habitual en usted, su disposición era simulada y no se cumpliría realmente. Por cierto, cabe recordar aquí su burda maniobra para que dejara de asistir al Centro de Entrenamiento de Televisión Educativa: un buen día dijo desconocer quién me lo había autorizado. ¿Lo olvidó? En un papel con las fechas, los horarios y los módulos del diplomado estaba la respuesta; donde con su puño y letra anotó: «permiso concedido»; que lo desautorizara el 6 de noviembre solamente verifica la falsedad de sus palabras (idénticas a las que deshonraron su compromiso de solventar los gastos de traslado al DF con cargo a la UAEM, costo bisemanal que yo mismo comencé a cubrir desde julio). Con esa suspensión se perdió también, en perjuicio de la Universidad y su radiodifusora, la oportunidad de participar en un organismo tan importante como lo es el Comité Técnico de Normalización Nacional de Documentación (Cotenndoc), a la que acudí por iniciativa propia para inscribir a la Fonoteca de XHUAX-FM 99.7. Ello da pie a un tema crucial: los trámites y las gestiones que usted, deliberadamente o por negligencia, incumplió: desde el 23 de marzo no envió el nombramiento del vocal titular al Cotenndoc; desde el 22 de junio no se establecieron las normas esenciales para el uso de la fonoteca; desde el 19 de septiembre no solicitó la incorporación del acervo fonográfico al sistema bibliotecario de la UAEM; y lo más grave de todo, desde el mes de junio se anunciaron modificaciones a la barra de programación, incertidumbre que afectó negativamente el ambiente de trabajo, y que hasta la fecha no se han instrumentado por una obvia razón: en doce meses, su desempeño ha sido insatisfactorio y hay información suficiente de que usted no está preparado para ocupar el puesto de director.
Hablar de efectuar cambios de manera escalonada fue un eufemismo que intentaba ocultar su falta de confianza en el personal de Uni Radio (particularmente en el talento –vedetismo, diría usted– de los dos productores; un desperdicio, sin lugar a dudas, que uno de esos puestos esté vacante desde agosto); la mayoría fue excluida y el hermetismo con que manejó el asunto fue absurdo y transgredió uno de los objetivos generales de calidad que se propuso la UAEM: «ser una institución transparente que trabaje mejor y con mayor eficiencia». Si hay alguien que se ha aislado al creer que todos están en su contra, es usted. Es preocupante, igualmente, que a la fecha hayamos salido nueve servidores universitarios (cuatro despidos –dos de ellos, demandas laborales perdidas por la UAEM– y cuatro renuncias, sin contar los tres que finalmente no fueron contratados). Todo apunta a que algo anda mal en la dirección. El noveno caso es una muestra más de cómo oculta información: nunca fue aclarado el motivo de la salida de José Luis Herrera Arciniega, una irregularidad que necesita transparencia y un alto a su sectarismo: el que se dice programa de la Facultad de Humanidades (transmitido los martes de 19 a 20 horas), no es del organismo académico, tampoco de sus cinco licenciaturas, es más, ni siquiera lo es de Letras; es el programa de los amigos del productor, el mismo que, siendo jefe de Producción, asumió indebidamente las funciones de programación musical, desmantelando así la identidad de Uni Radio, retrotrayéndola al sonido de hace veinte años o más. Por fortuna, no fue contratado como subdirector: frustrada su estancia en Italia, a su regreso sólo pudo ofrecerle la jefatura de un departamento, y en los dos meses que estuvo al frente su gallo giro prácticamente no aportó nada creativo, dedicado más a escribir que a la producción radiofónica, por lo que es cierta la afirmación de que la jefatura quedó acéfala desde abril, circunstancia gravísima para el debido funcionamiento de una estación de radio. (Por desgracia, usted comete los mismos errores: quien reemplace –¡seis meses después!– a su amigo –a quien le agradecemos que Uni Radio no tenga una página web– será alguien que usted conoce muy bien, pues fue su coordinadora de información en la Gaceta de El Colegio Mexiquense desde el 2003: Marlem Núñez Peñaflor, productora del programa radiofónico de la misma asociación civil hasta hace unos días, «una recomendada del licenciado Ricardo Joya», según andaba usted diciendo... Ridículo, cómo inventa un distorsionado espejismo de la realidad.)
A una radiodifusora cultural y educativa como la nuestra le urge definir una, subrayo, inequívoca política de programación musical y tender sus vínculos a la reflexión académica y la investigación científica. Esas metas, sin embargo, no podrán conseguirse humillando perversamente en público a sus empleados, como lo ha hecho en diversas ocasiones, o amenazando con cesar a todos los integrantes de la Subdirección de Noticias, como sucedió el 31 de mayo de 2007. En ese sentido, es claro que sus constantes contradicciones han suscitado una atmósfera de desconcierto y desánimo que usted ha preferido profundizar favoreciendo a sus allegados y alentando una tensión mimetizada en la más lograda copia de su maltrato: la jefa de Programación y Continuidad aprendió rápidamente a ser igual que usted: ninguno de los dos asume responsabilidad alguna y suelen justificar una y otra vez su ineptitud. Ello ha contribuido a que su credibilidad sea exigua, sobre todo cuando se atreve a mentir en público: en la reunión del 26 de octubre increíblemente volvió a hacerlo como el día anterior: en la presentación de los cambios a la barra programática, frente al director de Comunicación Universitaria –de quien ha dicho que es «muy aprensivo»–, habló de un consenso alcanzado luego de consultar las opiniones de todos, sabiendo que el acuerdo contemplaba sólo a una minoría. Fue temerario, sin lugar a dudas; si ese día portó una máscara de adulador y en privado dice contener los embates de las autoridades universitarias que pretenden usar a Uni Radio como un instrumento de sus intereses, ¿qué pensará en realidad y qué le dirá a esos mismos funcionarios del personal a su cargo? ¿a quién le echará ahora la culpa de que la estación no vaya a ninguna parte, sino a la ruina?
La UAEM no puede permitir que la injusticia la desprestigie y que en su nombre se dé cauce a las irregularidades: en la última semana de noviembre una cuarta parte del personal de Uni Radio no tuvo otra opción que firmar contratos por dos meses. No se trató de un error administrativo, como alguien se atrevió a decir; su intención es innegable: desemplear, sin ningún argumento para ello. Es hora de que impere la verdad y hacerla pública: una vez fuera de Uni Radio, ejerceré mis derechos ciudadanos y accederé a la información pública gubernamental, y desde El Manifiesto –un semanario que en el pasado ha sido elogiado por usted– escribiré como periodista independiente, aquel que usted nunca ha sido: el oficialismo es su estilo de vida (y ya sabemos lo que eso puede implicar: malversación de fondos). Algo más nos distingue: yo no pertenezco a ningún grupo y no cumplo más órdenes que las dictadas por mi conciencia. Usted, en cambio, cree que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error –como reza la máxima de César Garizurieta– y cumplir con esa regla es su única aspiración; no le interesan la dignidad ni las necesidades de Uni Radio. La gente debe saberlo. Ahora no será a mí a quien tenga que responder. ¿Quién convalidó todo lo que hizo para convertir a Uni Radio en una gran decepción?

Sinceramente
Patria, ciencia y trabajo

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