jueves, 21 de enero de 2010

Nocaut* para RM Deportes

I. 21 de enero de 2010
El deporte es, en esencia, una actividad física que se practica como un ejercicio saludable y recreativo, y es al competir profesionalmente cuando el deportista le añade un interés económico. El pasatiempo entonces comienza a involucrar todos los ámbitos de la sociedad, unos con más peso que otros. Nada parece impedirlo: el movimiento olímpico, por ejemplo, es promotor de la paz mundial, lo que ya supone una postura política; de la misma forma, es casi imposible concebir unos juegos olímpicos sin patrocinadores y entender que las razones económicas arruinan momentos que pudieran ser gloriosos, como en 1996, cuando Atlanta se impuso a Atenas como sede para la celebración del centenario de las olimpiadas modernas: el espíritu vencido por el dinero; tuvieron que pasar ocho años para rectificar.
La profesionalización del deporte tiene su paradigma en el país capitalista por excelencia: Estados Unidos, donde el primer campeonato nacional de béisbol se remonta a 1871; 1946, el de básquetbol; y 1967, el de futbol americano. El juego final se convierte en la culminación de una campaña que trenza la venta de las entradas a los partidos locales, los patrocinios y las transmisiones televisivas que recaudan millones de dólares: cifras cada vez más altas, más fuertes, más rápidas. Récordes batidos cada año.
En México, 1943 fue el año que dividió al futbol profesional del amateur, y la década de los noventa la que trajo consigo cambios en el reglamento y las normas para exprimir al máximo los beneficios económicos del deporte más popular en el país: desde 1991, los uniformes de los equipos se atestaron de publicidad; en 1994 se implementó una millonaria liga de ascenso entre la primera y la segunda división; y desde 1996 los torneos cortos multiplicaron las ganancias con dos liguillas al año para generar una mayor derrama, aunque no por ello un mejor futbol.
Ante tal panorama, una decisión política prescindió de los intereses económicos y refrendó los valores deportivos y la nobleza en una fecha por demás significativa: el 14 de julio de 2006, el club de futbol Barcelona, presidido por Joan Laporta desde 2003, anunció la firma de un contrato, rubricado el 7 de septiembre de ese año en Nueva York, con la directora ejecutiva de Unicef para portar en su camiseta, por primera vez en 107 años de historia, el logotipo del Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia por cinco años, y aportar donaciones anuales a esta institución de la ONU.
El Barça estrenó la publicidad gratuita de Unicef con una goleada a su favor en la Champions el 12 de septiembre de 2006: el día en que la expresión «por deporte», es decir, por gusto o desinteresadamente, recobró su significado y reafirmó el lema del Barcelona: «más que un club».

II. 9 y 12 de febrero
Primer tiempo: La apuesta al talento
«La cantera», le llaman los comentaristas a las fuerzas básicas, a la formación de jugadores. La televisión pública, de la mano de José Ramón Fernández, alguna vez lo fue en el terreno del periodismo deportivo. Sus producciones –limitadas en el aspecto técnico y a la deriva de los cambios políticos y administrativos– tenían como baluarte la palabra hablada: los cronistas analizaban sin obedecer a intereses comerciales y no recurrían al grito pelado para recalcar su pasión. El estilo de Imevisión contrastaba con el de Televisa, donde el futbol es un negocio más y la crítica era, subrayo: era forzosamente acotada.
Fernández Álvarez se incorporó al Canal 13 en 1973, cuando el gobierno federal ya era propietario de la televisora fundada por el empresario de radio Francisco Aguirre Jiménez. Conformar un equipo profesional tomó años, que luego fueron fructíferos, gracias a una línea editorial veraz, cimentada en la experiencia de los exfutbolistas que se integraron a las filas de la televisión pública: Raúl Orvañanos, Carlos Albert, Antonio Carbajal, José Luis Lamadrid, Ignacio Tréllez y Fernando Marcos, entre otros. El empeño del periodismo de investigación que asumieron cobró su alcance en 1988, con el caso de los cachirules, difundido por Antonio Moreno. La consecuencia: un castigo de dos años al futbol mexicano, impediéndole su participación en torneos oficiales, y el veto a Fernández y Albert para transmitir desde Italia el campeonato mundial de 1990. Cuatro años atrás, Imevisión innovó en un ámbito que parecía reservado a la televisión privada: el humorismo, conjuntándolo inteligentemente con ese espectáculo llamado futbol profesional. Desde entonces, Andrés Bustamante volvió obligadas estas secciones en los programas deportivos.
La presidencia de Francisco Ibarra, del club Atlas, al frente de la Femexfut, en mancuerna con Emilio Maurer, del Puebla, entre 1990 y 92, significó un severo revés para Televisa: los derechos de transmisión de la selección mexicana se otorgaron a Imevisión y la dirección técnica recayó en una figura de renombre, ajena a los intereses que han enmarañado al futbol nacional: César Luis Menotti. Las cartas echadas favorecían al bando técnico.

Segundo tiempo: Los dados, cargados de traición
La igualdad de condiciones duró poco. Mejor dicho: las circunstancias se invirtieron: un salinista, Ricardo Salinas Pliego, compró Imevisión cuando se puso a la venta en 1993. A su llegada, un sólido estilo periodístico se fue diluyendo hasta que Tv Azteca se convirtió en aquello que los comentaristas deportivos de la televisora estatal criticaban: un periodismo domesticado, al servicio del anunciante. O del dueño: el Veracruz fue el primer equipo adquirido por Televisión Azteca (el 19 de junio de 1995), con el recientemente fallecido Moisés Saba como su presidente. Ante este hecho, José Ramón Fernández prometió al aire retirarse de los micrófonos cuando Azteca tuviera dos equipos jugando al mismo tiempo en primera división. No lo cumplió, como tampoco hizo nada tras la salida de Carlos Albert a finales de 1995, quien se negó a moderar sus opiniones sobre el desempeño futbolístico de los Tiburones Rojos.
Una paulatina desbandada dispersó las voces surgidas de la cantera: exfutbolistas como Rafael Puente y Roberto Gómez-Junco, especialistas como José Roberto Espinosa o periodistas comprometidos como Francisco Javier González o David Faitelson –quien popularizó las notas de color– se fueron, como también se perdió la exclusividad de los partidos de las Chivas y los Pumas, asérrimos rivales del América.
Al final, Fernández, a quien nadie le competía el puesto, fue traicionado, según él mismo ha dicho, por quienes hoy aparecen a cuadro en los programas que José Ramón ideó y condujo: Deportv y Los Protagonistas. Su retiro, el 6 de septiembre de 2006, tuvo un futuro incierto, sellado como ruptura en noviembre de 2007, cuando volvió a la pantalla, como muchos de sus excompañeros, arropado por una cadena de televisión por cable.
Las opciones –si así se les puede decir– que ofrece la televisión abierta se alejan cada vez más de los criterios periodísticos, en igual medida en que se acercan a la formación de pésimos cómicos y anunciantes, en detrimento de la crónica objetiva. Como diría Fernando Marcos, en un comentario editorial en cuatro palabras: «Imitas al competidor: pierdes». Y un aficionado agregaría: perdimos.

III. 19 de marzo
La injusticia tuvo un caso reciente, el cual –por voluntad de la FIFA– no fue resarcido: el 18 de noviembre de 2009, en el partido de repesca entre Francia e Irlanda, Thierry Henry dio un pase a gol con la mano y casi de inmediato admitió su falta ante el árbitro sueco, quien se negó a invalidar la anotación con que los franceses clasificaban al mundial de Sudáfrica 2010. Al término del partido, el futbolista del Barcelona confesó su infracción a los medios de información y declaró que lo más justo sería volver a jugar la eliminatoria. Como él, muchos sentían, más que orgullo, vergüenza por calificar de esa forma. La petición de los irlandeses de repetir el encuentro se extendió hasta el gobierno: el ministro de Justicia, Dermot Ahern, fue demoledor: «si ese resultado se mantiene, se reforzará la idea de que conviene hacer trampas para ganar». La solicitud no prosperó y dos meses después tampoco hubo una sanción para el jugador francés. La justicia no fue ciega en este juicio: tratándose de Francia, no se actuó imparcialmente: en la eliminatoria de Alemania 2006, la FIFA declaró nulo el partido entre Uzbekistán y Bahréin, tres días después, el 6 de septiembre de 2005. El precedente no fructificó en la protesta. Un fallo, una falla.

La justicia es una virtud, tanto como lo es la vergüenza: ambas están atadas a la honestidad. Asociarlas en el deporte va más allá del mero recuerdo: desnuda la conducta de los implicados.
«Que gane el mejor», es un lema deportivo inspirado en esa virtud: es en el terreno de juego donde debe demostrarse quién merece la victoria, sin tomar ventaja. En ese sentido, el dopaje y el soborno son parte de una táctica inaceptable, desgraciadamente en uso.
En la década de los setenta, en el contexto de la guerra fría, las dictaduras militares en Suramérica eran respaldadas por el gobierno de Estados Unidos, a través de su Agencia Central de Inteligencia (la CIA). Coordinadas bajo la Operación Cóndor, la violación a los derechos humanos fue brutal y el mundial del '78 la oportunidad que los militares argentinos aprovecharon para encubrirla y mejorar su imagen frente al mundo: ganarlo silenciaría de algún modo a los opositores y nadie debía impedirlo.
Las intenciones del régimen de Jorge Videla se vieron amenazadas en cuartos de final, cuando la selección argentina estaba obligada a ganar con cuatro tantos de diferencia para disputar la final. Enfrentar a Perú no era sencillo: en el plantel figuraban el capitán Héctor Chumpitaz; el máximo goleador, Teófilo Cubillas, y César Cueto, el poeta de la zurda.
Sobre el inexplicable comportamiento del equipo peruano –inusualmente uniformado de rojo ese 21 de junio de 1978 en Rosario– los periodistas David Yallop y Ricardo Gotta publicaron dos libros por separado: How they stole game, en 1999, y Fuimos campeones, en 2008, respectivamente; existen, además, un documental televisivo escrito por Ezequiel Fernández Moores: Mundial '78, la historia paralela, de 2003, y las confesiones en El hijo del ajedrecista 2, de Fernando Rodríguez Mondragón, sobrino de Miguel Rodríguez Orejuela, narcotraficante colombiano y dueño del América de Cali: treinta años después reveló las evidentes sospechas: que hubo un arreglo económico entre el general Francisco Morales Bermúdez, presidente de facto (su hijo encabezaba la delegación peruana), y el almirante Carlos Alberto Lacoste, organizador del mundial y quien malversó fondos públicos para acrecentar su patrimonio en más de 400%, amén de ser señalado como el autor intelectual del asesinato de su antecesor, el general Omar Actis; de tal manera que el 6 de julio de ese año se oficializó la entrega de 4 mil toneladas de trigo a granel para Perú.
Según las investigaciones periodísticas, el marcador de seis a cero no necesitó del soborno de los once jugadores, sino sólo de cuatro y la complicidad del director técnico por 250 mil dólares. No quedan dudas para el delantero Juan Carlos Oblitas: «ellos supieron a quién tocar». Los peruanos aceptan off the record que fueron sobornados; obviamente, en público lo niegan y en su defensa alegan que Brasil –el afectado por el resultado– intentó comprarlos por 5 mil dólares para cada jugador, o bien acusan de dopaje a los albicelestes.
La vergüenza, ya se sabe, también es una virtud. Sólo futbolistas de la talla de Jorge Lobo Carrascosa, Johan Cruyff o Paul Breitner prefirieron no participar en un evento patrocinado por la dictadura, principal beneficiaria.

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