miércoles, 2 de septiembre de 2009

Marilyn, o el encadenamiento

La primera vez que estuvieron solos, caminaron: sus voces eran ráfagas en medio de una noche donde el tiempo se medía con la escasez del transporte público.
Meses después se encontraron en la fugacidad de un autobús: en la puerta de salida.
Fue en la segunda noche cuando bebieron de sus palabras: las saborearon con los oídos aún frescos de la improvisación y la música que fortuitamente los acercó.
Frente a las botellas enmudecidas, los dos fueron efusivos y ahí él, recargando su brazo en la mesa, pudo contemplarla.
Luego vinieron los susurros al teléfono y la confesión que la sonrojó: «eres talentosa y regocijante», le escribió con afecto la mañana que festejaron el primer día: el de ella y el que vendrá: cuando caminen juntos y lo que los una sea más que su amistad.

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